Cuenca, enero 2014.
Las heridas de muerte pesan más que la propia derrota. Y eso
que nos hartamos de pasear por el mismo suelo, desnudos, con una bandera blanca
cubriéndonos lo imprescindible, es decir, el corazón. Equitativamente se reparten
los días y kilómetros, las balas y los huecos que éstas dejan.
Y éste es tuyo.
Luego, se mezclan los reproches con las dudas. Alguien
baraja poemas que hablan de amor con los que vomitan fracaso para beberse de un trago lo que queda cuando ya no hay nada. A veces los sentimientos no están a la altura del que
los merece. Entonces, un acordeón de papel nos aleja hasta sentirnos culpables
del miedo. Nos acerca hasta doblarse sin romper lo duro de algunos huesos que
nos protegen de otra nueva guerra.
Pero la música, como casi siempre, está en manos de otro.