Nico cuando era otoño.
Fuera hace calor. No sabría decir cuánto concretamente, pero
demasiado para ser una madrugada. Nunca se me ha dado bien realizar ese tipo de
cálculos, atisbar distancias a simple vista o adivinar que te has afeitado
tanto que cualquiera debería darse cuenta. Me vas conociendo. Estoy desnuda, anoche ni siquiera me molesté
en buscar mi ropa interior. Tú duermes a mi lado. Ocupo la mitad
izquierda de tu cama y aún quieres cederme la porción que te cabe en un abrazo.
Hace un rato que te escucho respirar mientras tu brazo recorre mi falta de
sueño. Estás arropado hasta la cintura y esbozas una media sonrisa que me
reconforta todas estas horas sin dormir. Me deshago con suavidad de tus manos y
busco el tacto del suelo con los pies. Camino lento hacia el baño y dejo correr
el agua de la ducha. Tengo especial cariño a ese espacio tan pequeño por lo que tú ya sabes. Me seco sin esforzarme demasiado y recorro el pasillo de
vuelta para encontrarte ahí. Todavía algo mojada me hago hueco en el ventrículo
izquierdo de tu cama. Te beso la frente. Tú susurras algo y tiras de mí hacia
el sueño. Mañana me contarás que aprendiste a volar, que conociste a un
escarabajo o que llegaste a nado a la nada.
Fuera hace calor.
No
sabría decir cuántas madrugadas podría pasarme así,
cuidándoteme los sueños que
me contarás mañana.