-Si no te dejas hacer, mi octubre hace con tu mayo lo que se deje.-
No necesito darme a conocer recitando en otros bares, tu entrepierna se acojona cuando versos sin sentido cruzan mares para vernos, para sernos, y servirnos.
Y sentimos sin
tenernos más que a ratos de cerveza, a tragos de tu tiempo, sin prisa por volver para volar cuando nos vemos.
Revolvemos entre sábanas los besos, encharcando los lunares de mi cuerpo donde sueles refugiarte de las lluvias del otoño, de este octubre que te lluevo.
Y saluda a sacudidas, tú en la isla de mis pecas, yo en las olas de algún mar, incendiándonos las ganas de hacernos la primavera.
La vida implica decisiones, y éstas, consecuencias. Positivas
y negativas, como hasta el más inocente “piedra, papel o tijera” de una noche
de jueves.
‘La vida da las vueltas que tú le quieras dar’- le explicaba a un amigo
hace días mientras removía el café. La vida te lleva por un enrevesado camino, aunque
eso sí, cada uno lo decora a su manera. Te puedes poner como quieras, que ella
va a hacer lo que le plazca contigo. De ti depende ver el vaso de una manera u
otra, aunque sabes que después de brindar, hay que beberlo de un trago. Y
luego, la siguiente ronda y dejamos de verlo.
No pondré ni nombres, ni fechas. Cualquier parecido con
vuestra sonrisa es mérito única y exclusivamente vuestro. Cojan asiento que
empieza el vuelo.
El despegue me llevó a reconstruirme, porque desde abajo
duele menos la caía, y para ello conté con un corazón que invitaba a quedarse a
dormir, era cómodo y sincero, sin grandes lujos y a varios kilómetros, con grandes
vicios y que quise en todo momento lo mejor que pude, a medio pulmón. Él sabe
que le estoy recompensando con creces a día de hoy, porque lo de casarnos en el
bar de la esquinita es algo que solo se hace una vez en la vida, elijas la
versión que elijas.
Estaba viendo el mundo desde otra perspectiva, a la misma
altura de ciento sesenta y nueve peldaños en la que llevo un par de años, pero
mirando a otro horizonte, quizás al mar. El dinero se iba y venía en viajes, en
cervezas, en dejarme la vida en la carretera y en vivir del aire (aunque todas esas
manías las mantengo). No escatimaba en felicidad, la servían con un par de
hielos fuese donde fuese. Y a mí, me calmaba la sed.
La playa emitía mensajes subliminales, y casi con los
apuntes incendiados, partí a mojarme. Lo recuerdo como si fuese ayer, aunque no
sepáis cuando fue porque la omisión de fechas está permitida en lo que uno
quiera, menos el día de inicio del primer amor (que se olvida si se quiere).
El Mediterráneo incitaba con guiños desde primera hora de la
mañana, que aunque solían pegarse las sábanas, me levantaba cantando y me
sobraban sonrisas que regalar mientras desayunábamos. Poner banda sonora a un
corazón en reconstrucción no era fácil, pero ellas lo consiguieron invitándome
a bailar. El gin-tonic me terminaría echando de menos, tantas noches no caben
en un cuento.
El siguiente vuelo fue en un abrir y cerrar de ojos. El sur
me daba miedo, juro que fue una decisión de última hora, cogí la maleta y nos
plantamos en su costa. Era un reto. Otro más que superar. Una misión que traía
el acento de una tierra a la que había amado. Pero no me pude resistir a esas
ganas de vivir que me llamaban cada noche entre risas para contarme lo que era
aquello. Que me esperaban. Y con lo puesto, me fui.
Y fuimos reyes. Fuimos los reyes por un momento. Hicimos
magia con las horas, nos bañamos en sudor y verborrea de borrachos. Vaciamos el
pulmón para respirar la felicidad. Y allí puso Quique la banda sonora de mis
días. No dejamos que el Poniente interrumpiese nuestro sueño. Salamos heridas,
curamos con besos, cantamos de noche, dormimos de día. Quien bien me conoce,
sabe que con un tinto y una guitarra en la orilla del mar se me olvida el
poquito de vergüenza que tengo, cuando me arranco por mis cantaitas al
atardecer. Y muchas noches y mucho vino. No había mejor manera de remontar que
sus vicios.
"Y no perdimos nada
porque lo sellamos todo al pie de aquella cala".
Aterrizajes forzosos, nuevos vuelos y otras calas cerraron
los días. Y después de todo empecé a escribir, nos hicimos infinitas y hemos conseguido
sobrevivir hasta aquí, que no es poco.
Y así la vida va marcando en la pared de su prisión lo que
le importa, pintando con trocitos de todo lo vivido, con corazones, con musas y
con poetas, pero sobre todo, con sonrisas.
Y todo esto son delirios de grandeza, de reyes, de exceso de tiempo en los apuntes, de falsos
poetas.
No puedo explicar lo que quiero decir si llueve y no has venido a quemarme con palabras. El amor por escrito besa lento, desviste en cursiva y folla con todas las letras. Tiene de fondo a Ferreiro para hacértelo más especial, viene en camisa y zapatos solo para deshacerse entre mis manos. Me habla de viejos amores mientras calmo su sed con abrazos. Tiene el gusto cinematográfico de hacerme un hueco, y en vez de palomitas, explota el maíz en besos. Me habla de dificultades y yo crezco sus deseos, superando la barrera del sonido -o cualquiera- proponiéndole un mundo que casi ambos hemos olvidado en los bares. Nunca cede. Pone límite de palabras, de sentimientos y marca el ritmo de mi prisa. Escribe con las manos y me borra con la lengua.
Todo un domingo en pijama ya sabe algo a él.
Podrías ser domingo ya, y venir para dejarme sin palabras, sin aliento. Para vestir de cuadros mis líneas cuando me arropes y romperle los esquemas al cielo.
Y supongo, que así fue como Campanilla se soltó su apretado moño, que eso sí que le jodía al viento. Cansó de sexo cada uno de sus amaneceres, en los que se dejaba la magia cuando encendían su vida con el chasquido de dos dedos. Arrancó el mar de las pestañas de los tristes para llenarles las pupilas de sueños. Viajó con lo puesto, poniéndose a su gusto de lo que el mundo le brindaba en cada bar. Con la falda más corta, apoyó las manos en la barra y golpeó la sombra del príncipe encantado, que no le traía más que desastres. Nadie le pudo cortar las alas, antes de que eso pudiese suceder, prefería echar a correr. Los polvos, eso sí, siguieron siendo mágicos. Y no se supo nada de ella en “Nunca Jamás”.
Si no fuese porque al llegar me faltaban horas de sueño —que no de besos— te hubiese escrito que las musas han estado rondando por mi cabeza durante estos días. Se subían al escenario y bañaban de rimas a los que estábamos con cervezas de más, con los pies en el cielo. Volaban a medio metro del suelo, manteniendo el equilibrio en una estrecha cuerda que unía versos. La nicotina se me pegaba al pulmón, no sin antes pasar por sus manos para endulzarla, dejándomela en besos, en versos en los labios. En sus ojos ni una nube, el mar eterno. En los míos, la tierra.
Musas que viven lejos, musas de mar, musas con acento catalán.
Lo bonito es cuando una se trae tantos moratones en el cuerpo como besos te ha regalado la primavera de unos ojos, de sus ojos.