lunes, 24 de junio de 2013

Difi(tú)ltades.


Lo difícil es convencerte con palabras de todo lo que te quiero hacer en silencios,
pero habrá valido la pena si tus dedos tocan mi boca en son de guerra,
haciéndome creer que hay vida más allá de todo este tiempo sin ti.
Lo difícil es convencerte de poner la bandera de tus labios en mi cuello
y besarla hasta volverse transparente, que una patria de colores la pintamos en dos cafés.
Confesar a la altura de tus caderas que no hay otra religión por la que peque de creyente,
de practicante irracional,  de insumisa en tu cielo y de rezar con los ojos abiertos.
Que no hay  verbo más carnal que el de vivir queriendo ser sirena en el mar de tus ojos,
para mojarme  las noches de sueños y cantarte luego eso que tanto nos gusta,
porque “puedo sentir tierra seca tras la arena mojada”-no sé si me explico.
 Que las prosas y las prisas van calentándonos los versos,
que nos haremos canciones mientras me crezcan pianos
y se te multipliquen las manos para buscarme las cosquillas.



Lo difícil es convencerte de algo
que no se puede comparar con nada
porque aún no está escrito,
porque te estoy esperando,

porque te estoy creando.
(con las manos)

domingo, 23 de junio de 2013

Un tren al que subirnos

Esclava de una clavícula por donde no pasa el tiempo,
amarraste tu prisa a los salientes de mi cuerpo
y plantaste primaveras con la alegría que traías en las manos.
Llevaba más de un año esperándote al otro lado del amor,
contagiándome de los versos que te venden en los bares,
tan baratos que emborrachan sus carencias (tú lo sabes).
En conjunto y con los dedos sumábamos un millón de derrotas,
el castigo de hacernos caminar con un pañuelo en los ojos,
anhelando libertades y escondiendo el dolor de otras batallas.
Con miedo nos cosimos en caricias, con limón nos besamos las heridas,
nos quisimos por escrito y sin palabras encontramos nuestra vía,
nos montamos en un tren que dime tú si descarrila,
lo conduce un tal destino, no me digas dónde vamos,




pero yo ya veo tu luz al final del túnel.

sábado, 22 de junio de 2013

y todo por temer la primavera


Creo que ya llego tarde a la cita
que nunca tuvimos un jueves
por el miedo de volvernos a ver
y no saber dónde guardarnos,
si el bolsillo del pantalón
o en aquel que ocupa tu pecho.
Y se enfriarán las cervezas
que no beberemos por comernos
las palabras de la boca,
que nos recordarán a un verano en vísperas del ‘siempre’,
en la playa de unos ojos
del color que tiene el mar cuando se junta con el cielo.
Creo que nunca dormimos
por despertar abrazados,
y darnos cuenta que el mundo
ha consumido a la gente que no entiende que un verso
sabe mejor de tus labios.
Y sin querer, no te reconocí las mil primeras veces
porque sé que darte por sabido es injusto,
al igual que bordearte el cuello
y pretender no morir en tu espalda,
donde se ahoga un naufragio de caricias
que nunca serán las que practican mis manos.
Y nos sentimos a ciegas
por eso de la distancia,
por ser uno en la noche,
en el asiento trasero de un coche,
donde jamás volveremos a estar
por temer la primavera.

miércoles, 19 de junio de 2013

Lo que dura una tormenta



Llueve
y la gente busca refugio
en brazos ajenos,
creyendo que eso es amor
y duran
lo que tarda en pasar la tormenta.
Llueve 
y los niños en casa,
que ya se sabe,
luego resfriados y camas
y fiebre una semana.
Llueve,
y el amante en la cama de la mujer,
el marido en la oficina de algún banco
que estafará a un anciano
justo cuando quiere disfrutar
de lo que la vida le ha quitado.
Llueve,
a dos minutos del final del partido,
justo cuando estoy a punto de besarte.
Y pitan, se acaba el tiempo.
El mundo explota cuando llueve
y no lo vemos,
porque buscamos calor,
porque creamos inviernos.
Llueve
y caen los colores que mojan,
calan el alma de azul,
quieren con rojo,
sueñan en verde
y a veces el amarillo miente.
Pero no lo ves, porque te escondes,
porque no sabes lo que es mojarte,
porque no sabes lo que es vivir 
con riesgo de acabar en un mar de dudas 
que resolveremos, claro que sí,
cuando pase esta tormenta.

lunes, 17 de junio de 2013

Cada vez que tú no vienes


Cada vez que tú no vienes
tu sombra va y se sienta en el borde de mi cama,
pone ojos de culpable, de verdad, de atrevimiento.
Y ahí, besas menos.


Cada vez que tú no vienes
me follo a tu recuerdo con las manos
y eres tú, porque me aprieta el corazón
que hay más abajo del ombligo.

Cada vez que tú no vienes
se me caen mis cinco ases de la manga,
tiro dados, subo apuestas, “te cuentas diez”,
y te quiero porque me toca.


Cada vez que tú no vienes
otro encharca tus pupilas en mi sexo,
va dejándose la vida por tu reino
y se arrodilla a esperarme
 –eso es cierto-



Cada vez que tú no vienes
se me multiplican las manos y los peces
fomando un mar donde las olas reclaman tu desnudez.
-y te sé salado-


Cada vez que tú no vienes,
los domingos pesan años,
faltan copas, sobran noches,
tengo miedo y quiero en vano.



Cada vez que tú no vienes 
me despierto,
y te juro que ya no sé si eres tú el que me salva
el lado izquierdo de la vida.

Aunque te piense, aunque te sueñe, aunque te espere.

miércoles, 12 de junio de 2013

A ratos de Sara (I)

-Lunes que saben a domingos-

Eran las doce de la mañana de un lunes, quizás de Junio, por lo que cualquiera esperaría calor, excepto Sara, que esperaba que fuese Daniel el que la despertase y no esa absurda estación que se avecinaba, llenándolo todo de parejas besándose en el paseo marítimo, trayendo una oleada de gente que inundaría aquella pequeña ciudad costera y una temperatura que no se acordaría de las plantas que Sara mimaba durante todo el año en la terraza del ático que compartía con su gato.

Daniel era un viejo conocido del hermano de Sara, la tarde anterior habían quedado por tercera vez y las cervezas habían terminado en casa de ella, tiradas por el suelo mientras se sonreían, desnudándose el uno al otro en el salón. Daniel esa noche se había dejado las buenas intenciones en el filo de las bragas de ella y después de hacer el amor salvajemente, cayeron rendidos, durmiendo abrazados como una pareja más a la que había unido la jodida primavera.

Era pronto, o eso creía Sara al alargar la mano a la parte ya fría de la cama que había compartido con Daniel. Abrió los ojos y notó su ausencia, casi tan rápido como el escalofrío que le dio el volver a revivir esa extraña sensación. Salió de la cama para subir las persianas, saludó al gato y casi con los ojos cerrados se sentó en el sofá mientras contemplaba el estropicio que le iba a tocar recoger, una vez más. Otro lunes con sabor a domingo, con el dolor de la resaca del mar de unas caderas que han coronado la cima de los principios de Sara, que ahora recordaría, o repetiría, dependiendo de si volvía a sonar aquel aparato que solo daba malas noticias, y de vez en cuando, llamadas de su madre para decirle que volviese a Madrid.

De Daniel, poco más que añadir, habría que verle ahí, jugueteando con la hebilla del cinturón para comprobar en primera persona que nunca podías añadir nada más, porque rápidamente te miraba a los ojos, sonreía y olvidabas el resto de la frase para besarle. Daniel era buen tío, o eso creía ella, simple, claro y conciso. Sus ideales en forma de cartas, sobre la mesa: nada estable y mucho menos serio, y si se pueden evitar las formalidades, mejor. Ese era Daniel, el polo opuesto a Sara; 1’80 cm, ojos marrones y sonrisa canalla. Un “nada que hacer”, un tío que se follaba con la mirada a cualquier cuerpo de mujer, aquello que tanto odiaba Sara. Catastrofista a veces, sincero, trabajador y honesto. Algo así fue justo lo que pensó ella al levantarse y no verle en la cama. Recordaba vagamente que durante la noche anterior él le había comentado algo de su nuevo trabajo, debía madrugar a la mañana siguiente para coger el autobús y cumplir sus horas en aquel nuevo empleo. No era el hombre de su vida, ni mucho menos, pero su estúpida idea de ilusionarse con dos palabras bonitas y malvivir de ellas la llevaba a otro agujero sin salida, aunque fuese plenamente consciente a más de doscientos metros del túnel del ‘me quedo para nunca’ a vivir bajo tu falda.

Sara es una persona independiente, pero tiene el defecto de “enamorarse” con exceso de velocidad, y sobre todo, de las personas incorrectas. Sara vive enamorada de todo, se conforma con nada, sería capaz de estar toda una vida cenando caricias, sin necesidad de que fuesen previas al manjar más caro en el mejor restaurante de Santander, porque solo el hecho de sentirse ilusionada (la palabra que abarca al amor son términos más dolorosos) hacía que perdiese el hambre y que pudiese malvivir de la emoción de sentirse en las nubes.



Las mañanas de lunes no había mucho que hacer, el mundo al igual que ella disfrutaban de la resaca del fin de semana en un comienzo de verano que poco se asemejaba a los anteriores, el tiempo era cambiante y más bien se parecía a un abril robado o a un octubre sin besos. Los lunes, cuando Sara despierta sola, le saben a un domingo en compañía.

lunes, 10 de junio de 2013

A ratos de Sara.

Sí, no estaba tan mal.

Era Sara recién levantada. Bien podría llamarse Lola, María o Violeta, eso daba igual, porque cada noche elegía el nombre que le convenía. Era Sara. Cuatro letras, para que luego digan que no cabe todo el arte en cuatro trazos de pintura. Era Sara en ropa interior, el pelo recogido en esa especie de moño mal hecho con el que había dormido toda la noche y su gato en el borde de la cama. Sara contra el espejo, lucha de realidades. Sara con su taza de té y esa extraña postura que adoptaba al sentarse. Sara escribiendo desde primera hora de la mañana lo que había soñado, para así no olvidarlo y cuando tuviese algo más de tiempo, conseguirlo.

De Sara no tenía más que el nombre, el resto era un presente que desnudar en las teclas de un piano que a medida que se toca va sonando a futuro, en blanco y negro, claro. Sara era dulce y quebradiza, dispuesta a dejarse el corazón en las turbias esquinas de la ciudad, ya fuese en la mano de un mendigo o en la cama de otro cabrón, que seguramente tuviese una sonrisa de piedra y la capacidad de construir un castillo en la primera cita. Un castillo que terminaría cayendo, bien a la mañana siguiente cuando ella se despertase jodidamente sola, o en el peor de los casos, un castillo que se iba llevando el viento con los días, mientras Sara sostenía el móvil, vacío de aquellos cabrones que prometen, venden y matan sentimientos.

Y otra vez a remontar. Sí, no estaba tan mal.

Sara era inocente, y sería por eso que había besado tantos cielos y lunares que podría construir una constelación entera a los pies de su cama, donde la esperaba el gato para desayunar. Un té hirviendo, en el mejor de los casos calmaba el frío de su cuerpo en pleno Agosto, el hielo que deja la ausencia de alguien que fue durante un par de noches sudor, y ahora es todo lágrimas.
Seré gilipollas. Nunca cambiaré se gritaba en silencio.


Y cada día cambiaba de corazón, de nombre y de sueños.Pero nunca podría dejar de ser esa ilusa, sensible y sentimental Sara que se deja la vida con cada persona que le devuelve una simple sonrisa, era su manera de sobrevivir a un mundo plagado de tristeza.

domingo, 2 de junio de 2013

De dos.

Aprendiste a mirarme como un horizonte, señalabas y me ponía al atardecer. Encendías sonrisas con tus medias palabras y no esperabas más de lo que te brindaba en silencios. Nunca estuve a la altura de tus expectativas porque nos las desnudábamos y caían con la ropa cuando ardía Madrid. No era esa que se dejaba abrazar en los bares, pero sí aquella por la que no soltabas la guitarra para componerme el corazón. 

De lejos, no éramos nada del otro mundo. De cerca, el mundo temblaba al ponerle un nombre distinto a cada una de las noches.