jueves, 20 de diciembre de 2012

Finales en diciembre.



"Lo nuestro duró lo que duran dos peces de hielo en un güisqui on the rocks"



Y así empezaba el Maestro a narrar su breve historia de amor, y eso es más o menos lo que ha durado la 'nuestra'; velozmente acelarado el deshielo de nuestro par de peces por el calor incesante de la noche de agosto en la que torpemente nos encontramos sin buscarnos.



El final es el mismo, parece un guión que se repite constantemente, sólo varían los personajes, el decorado o la situación, "unas veces se gana y otras se pierde"- típicas palabras para un intento de consuelo- ya, ¿y qué?. Todos sabemos que sí, que es cierto, que unas veces si, otras no, quizás hoy somos los buenos y mañana los malos de todo esto, pero eso no nos consuela, siempre queremos más, siempre nos sentimos insatisfechos con la posición que tomamos o que desgraciadamente (o no) nos toca asumir a la hora de finalizar un amor, ya sea más o menos corto, pero eso si, intenso.


Los amores fugaces arrasan a su paso millones de hectáreas del corazón, al igual que los siniestros incendios en verano, que surgen de pequeños descuidos y devastan con su fuerza allá por donde pasan; porque así es el verano, nos distrae el corazón, nos ilusiona con escotes, faldas cortas, cuerpos irresistibles y no tanto, y al darnos la vuelta, vuelve Septiembre a recordarnos que el agua vuelve a su cauce, cada uno toma la posicion en su lugar correspondiente, se nos roba la ilusión que habíamos encontrado una noche de verano. ¿Y qué nos queda?



                                          





Ahora cada uno asume su papel, unos se largan lanzando un par de tímidos besos, con destino concreto, inevitablemente contrario al deseado, con una dirección que no es la que acostumbraban a llevar de un tiempo a esta parte y a otros nos toca eso de volver a la maldición del cajón sin su ropa. Nos quedan despedidas, largos días en los que las distraidas horas se llenan de pensamientos que confunden lo que fue y lo que nos gustaría que siguiese siendo, nos queda el frío, y el tratar de borrar el olor que ha dejado en cada recoveco, en cada pliegue de nuestra ahora triste y helada piel. Nos quedan por delante diecinueve días y quinientas noches.




Casi finalizando diciembre, cuatro meses nos separan del fin de la estación estival y probablemnete a unos les quedará agua pasada, otros nos hemos dejado llevar por la corriente, alargando lo inevitable, sorteando afiladas rocas que actuaban de perfectos obstáculos para lo que pudo ser y no fue, sin una mísera rama a la que agarrarse para salir de aquel torbellino que poco a poco nos dejaba sin respiración. 



Pero como a cada obra de teatro le sigue una serie de aplausos que dan por finalizada la función, se encienden las luces y al girarte puedes ver a tus compañeros de fila, estirando las piernas en la buctaca asignada para la ocasión, haciendo leves movimientos de cabeza, desentumeciento el cuello, con movimientos sosegados desdoblan el abrigo y se levantantan del asiento donde han pasado sus últimos cien minutos.



Y eso es el fin, y como todo, siempre llega, porque hay que saber aceptar cuando el río no da más de sí, cuando el agua viene turbia y vas a tientas, obviando las ramitas que asoman a ambos lados del río, que están dispuestas a ayudarte, a entregarse, pero tú, tonto de ti, no eres capaz de verlas, ya que aquella cantidad de agua turbia que te envuelve te está dando la vida, te está atrapando, otra vez.



Y así acaba, porque la dosis hace el veneno, porque se ha acabado mi dosis de ti, o tu dosis de mi. Porque es tarde. Porque es diciembre. Porque hay que saber cuando parar de autolesionarse con el amor. Porque en ciertas y contadas ocasiones hay que ser más egoista y quererse por encima del placer y el sufrimiento. Porque ciertos sentimientos no se pueden controlar. Porque no sirve de nada autoconvencerse. Porque no hay finales cerrados. Porque eres inevitable. Y porque voy a necesitar más de diecinueve días y quinientas noches.





lunes, 17 de diciembre de 2012

Superación.

Nos volveremos a encontrar, de eso no cabe duda, o sí. Tu mirada felina arañará mi piel como tantas noches a escondidas, pronto se disipará ese deseo reflejado en tus pupilas por el simple hecho de intentar disimular. Tus manos me buscarán a tientas, sudorosas y cansadas de querer y no poder, harás intento de posarte en mi cintura y borrarás toda muestra de afecto, más del necesario, si hay alguien delante, a la vez que me provocas con el código de sonrisas que una vez inventamos. Susurrarás sutiles palabras en mi oido, aquellas que una vez utilizamos para lamernos a distancia, para curarnos en silencio, para aliviarnos el alma.
Harás todo eso a sabiendas que provocas un efecto mortal en mi sentido común, atenuando mi capacidad de controlar a ciencia cierta mi poder de razonar ante cosas tan obvias como es esta obsesión, haciendo que tiemblen mis creencias y derrumbando los cimientos que tan fuertemente había instalado para resolver mi vida.

Y yo me quedaré ahí, muriéndome de ganas por corresponderte y plenamente consciente que está en mis manos el seguir o no sufriendo por algo que no va a desembocar en el mar que prometías.

Seguiré en el río, aquel donde nos encontramos, pero que hoy no podemos compartir, porque cada uno llevamos caminos diferentes, nadamos en direcciones opuestas, tú te dejas llevar río abajo y yo lucho a contracorriente por lo que quiero.