jueves, 31 de enero de 2013

Háblame de poesía,vida.


¿Qué te voy a contar yo a ti de poesía?
Si has pasado la noche durmiendo como un niño, abrazado a sus caderas, con miedo del despertar, de que llegase la mañana, y lo que era "esta noche" se convirtiera en "ayer". Tú, que habías bebido el más selecto elixir, exprimido de la luna que puso el camarero en las copas para brindar por los reencuentros; que soñaste con esa melena de un color incompresible, y que te hundías en el mar de sus ojos y remabas por verlos derramar lágrimas de alegría. Que deshiciste con caricias el nudo de su garganta, y estabas dispuesto a hacerlo con el del corazón, que aún sin compartir sus aficiones, te volcabas en hacerla creer que si, hasta que te acabó por convencer. Que fuiste su hombro, su brazo, su mano, y llegó a ser una prolongación de tus dedos cuando ibais comiéndoos el mundo, encendiendo farolas y abriendo portales. ¿Qué te voy a decir a ti que ya no sepas? Que poesía era ella, en todos sus formatos, un jodido poema de verso libre y labios rojos, que invitaban a subirse a la locura de su vida, y a descender por el tobogán de su espalda en las noches de luna llena.

miércoles, 30 de enero de 2013

A deshora.


Apareciste a deshora, justo para recordarme porqué tantas veces te nombro y porqué algunas veces te temo. A muchos se les llena la boca, prometiéndote, pero eres fiel a esos amantes impacientes que te apuestan y tú, aceptas el reto. A veces gastas sonrisa, y otras irradias tal felicidad que te conviertes en mi cómplice, escondiéndonos tras el muro que da a su habitación, espiando su singular manera de desvestirse como un gato. Él te mira, tú me guiñas un ojo y me haces partícipe de su pensamiento en la distancia. Te escupo su ausencia en las noches de enero, y paso a paso consigo trazar una escalera. 




Tú, burlona, me dejas creer en imposibles.

martes, 29 de enero de 2013

De mi cielo a tu hormiguero.





Hoy vuelve a sonar tu canción, y habla de atardeceres, de puestas de sol y puestas sin ti, pero no por ello menos puestas. Maldita hormiga, protagonista de la primera recaída, de mi cielo a tu hormiguero, regado con la recolección minuciosa de palabras de amor que escribiste para mí.  A veces vuelves, pero lo cierto es que nunca te has ido. Juntas hemos odiado -sin saber verdaderamente quiénes son- a las cigarras, no por seguir el cuento, sino por el placer de compartir un rato juntas. Maldita hormiga, te recuerdo con tus artes de pesca y sabiduría que me extralimitaba en temas de trufas y campo, tu campito. Es cierto que te echo de menos, y que no son tus tres pares de patas las que me rondan el ombligo, pero he ido pasando hojas, escribiendo en tu minúscula espalda de insecto a raíz de tu partida, desahogando sentimientos y llorando tinta de olvidarte. Aún te recuerdo jugando por mi vida, ganándote sonrisas y escondiéndonos del mundo para espiar las estrellas(o que ellas nos espiasen a nosotras).
 Los más sabios se atreven a decir que si desaparecen las hormigas - si desapareciésemos-, el mundo quizás perdería su color y sería mucho más grave que aquel meteorito que desoló la Tierra y nos alejó, dejándonos a cada una en una orilla del inmenso río donde nos amábamos de la forma más pequeña posible, a nuestra manera, imperfecta. Por ello, querida hormiga, me niego a desaparecer, nunca hemos sido tan egoístas; sabes que no podemos hacerlo. Seguiremos cada una a un lado, sabiéndonos nuestras en sueños, y bañadas por el mismo manto de estrellas que alguna que otra noche nos ha visto sonreír mientras nos lamíamos con palabras el alma. Todo sea por el bien de la humanidad. No desaparezcas. Porque las lágrimas desaparecen, todo lo que te/me has dicho desaparece, se olvida o se transforma, hasta incluso el dolor o la alegría desaparecen. Pero esto no, hormi, por eso te lo dejo aquí, para que nunca lo olvides.




Siempre.

lunes, 28 de enero de 2013

Ven.


Ven, que ya termina enero y te voy a enseñar a arder para aliviar este frío, que no vamos a dejar que cristalicen los huesos y ser tan frágiles como una vez fuimos. Ven, que te voy a desnudar de ese caparazón anti-todo que te aleja de este calor con-sentido. Ven, que hoy voy a dejar de ser ese yo que se asusta y me voy a mostrar de vida abierta. Ven, que tú vas a dejar de ser ese tú, ese frío, ese miedo a querer queriendo. Ven, que hoy vamos a arder con las manos y daremos celos al sol de enero, que nos mira apenas sin fuerza por la mañana. Ven que te diga lo mucho que a veces me des-importas y las ganas que tengo de desnudarte el corazón, a fuego lento. Déjate endulzar por el sabor de los deseos que nos brotan de cada uno de los poros de la piel y permite que te tiña de besos con olor a tierra mojada. Olvídate del tiempo, que a partir de hoy, ni tú serás tú, ni yo seré yo, tal y como nos conocemos.

jueves, 24 de enero de 2013

Desayunos de pulsera y revolcón.


Lo bonito de las raciones de los besos al por mayor es que puedes llevarte todos los que te quepan en la boca. Y eso hicimos, nos besayunamos al despertar como en un buffet libre, de esos en los que llevas una pulserita y te crees el rey del mundo, no celebrábamos otra cosa que el seguir vivos, el haber podido disfrutar de esa noche que tanto nos merecíamos; nos tuvimos en carne, nos tuvimos en sueños. No atendemos a propiedades o privatización de cuerpos, no admitimos posesión que no sea parcial, en los ratos de tenernos: el uno al otro, el otro al uno, y el resto de los días, queriéndonos en libertad y de una manera imperfecta.

martes, 22 de enero de 2013

Los inviernos en camas prestadas.



Eran más de las cuatro y seguíamos bañados en sudor compartido, regado con el ron más malo de todo el mercado, pero que a tu lado tenía ese aroma dulzón que despertaba las ganas de más. Te habías instalado esa noche en el cinturón de altas presiones tropicales, próximo a mi ombligo, y allí habías esperado a que pasase el anticiclón de mis Azores, para saludar al invierno desde latitudes más bajas. El hombre del tiempo atisbaba gran actividad del frente polar, que subía por mis pies y no dejábamos si quiera que pasase de la zona prohibida de mis tobillos, por los que bajaba el aire tropical de tus encantos. En la Península de mis caderas, el aire continental frío, seco y estable propio de los anticiclones invernales, domina en estos meses de puro verano en esa cama.  Ocasionalmente, entraban tus frentes desde el océano Atlántico, que siguiendo  la circulación de los vientos del oeste, hacían penetrar al aire húmedo y a tus borrascas desde el norte y noroeste. En ese momento, se hacían protagonistas las bajas presiones, que provocan los momentos de mayor inestabilidad y pluviometría de mi península y tu isla, ocasionando las nevadas de gemidos y placeres que decoran durante todo nuestro invierno las paredes de esa habitación prestada.
Y así eran los inviernos.

Eran más de las cuatro, en el mapa de esa cama compartida, un frente frío asociado a una baja presión atlántica se aproxima a la Península, en la que domina el anticiclón, otra vez.

Cuento para no dormir.


-Cuéntame ese cuento para no dormir, mi favorito, el de la mariposa con enormes alas que se abrían para ver la vida.


Bien, amor, empezaré por el prólogo, y tú, serás mi mariposa, las alas son tus kilométricas piernas que parecen que vuelan al andar cuando te pones esos vestidos que tanto me gustan, o cuando te cuelas en mi cama, con ganas de jugar al escondite y te recuerdo que no hay más de un metro y diez centímetros de locura compartida. Esas alas que se abren dulcemente a la vida y me recuerdan que cuando quieres volar, subes y bajas del cielo sin movernos de mi cama, esas alas que te incitan a correr por el pasillo en plena guerra de almohadas, a dar saltos para aplastar con tus cincuenta y tantos a los problemas que nos aparecen en el camino, pero sobretodo, idolatro esas alas que me abrazan por las noches, que se posan en mis piernas cuando bajamos del cielo y aceptas compartir sueños una noche más. Porque amor, adoro esas alas, te adoro a ti, pequeña mariposa, porque te respeto cuando vienes o vas, cuando haces y deshaces a tu antojo, porque así eres, mariposa, y nunca deberían privarte de esa capacidad que tienes de volar por encima del resto de los mortales, porque estás hecha de sueños y de ganas de vivir, y yo, nunca me atreveré a quitártelas, soñadora.

lunes, 21 de enero de 2013

Restos de tu verano.

Ahora que ha pasado el tiempo y no me oyes, te escribo. Y no es la primera vez, pero sí quizás sea en la que me leas, porque ahora, has aprendido a oírme a novecientos kilómetros. Hemos comprobado que las cosas llegan sin permiso, sin buscarlas, que están escritas en ese folio en el que escribe el caprichoso destino, y que no podemos leer, pero sí darle su margen, y esperar

Saber burlar al destino es un deporte de soñadores, y es bien sabido que sin sueños no se llega más alto que lo que la pura física nos permite al realizar un salto vertical, por ello se recomienda mucha práctica, para superar nuestra propia marca. Los verdaderos soñadores vamos a ras de cielo, hemos superado por nosotros mismos la marca imbatible que se considera correcta, que no excede de los cincuenta centímetros, sin ayuda externa, en la mayoría de los casos, aunque siempre hay excepciones. 

El marcarse metas o caminos, no tiene cabida en los sueños o en sus dueños, ya que todos superan cualquier límite o realidad posible, es por ello que al leerte me devuelves la ilusión, y los días que no lo hacemos, recuerdo esa canción, que a la orilla del corazón me cantabas un verano, en el que por unos días perdiste el miedo a querer y ser querido, sin las palabras que asustan, pero que leías en mis ojos.

Haciendo trampas al futuro, repartiendo la distancia, encontrándonos en versos y playas que no son las de tu tierra, nos fundimos sin quererlo en el mismo calor que encendimos con las manos y disimulábamos con el humo de tu boca, para no despertar celos a las estrellas, que burlonas nos miraban sabiendo que el destino, jugaría con ventaja, poniendo entre nosotros toneladas de alquitrán, que inocente de él, no sabía que nos seguiríamos viendo en sueños, en papeles con poemas, en tus frases hechas canción y en mis libros de sobremesa.

domingo, 20 de enero de 2013

Noches en familia.

Madrid, anoche estabas tan fría que daban ganas de arroparte, y eso hicimos. Acogiste a una panda de conductores suicidas, caballeros, princesas y rubias platino, que durante  tres horas hicimos tanto el amor que logramos el verano en la calle Galileo.


Allí estábamos, el número exacto, incalculable, ni muchos ni pocos, pero todos familia, con un objetivo común, rendir homenaje al Maestro, a la voz de lija aterciopelada, y para ello contábamos con su banda, cervezas a raudales y el calor, rebeldía y fuerza de sus canciones.



Varias horas después, aún no tengo palabras para explicar lo que llegué a sentir en pleno enero, pero me recordaba a algo que hacía tanto tiempo que no sentía, un jodida sensación de felicidad sin límites, alimentada por las palmas de alegría que surgían de cada uno de los allí presentes.

Cada canción me transportó a un lugar, pero esta vez no iba sola, esta vez iba con mi compañero de mesa, que se merece el cielo por saber cumplir mis sueños sin más intención que verme irradiar felicidad. Pero eso no era todo, contábamos con un sinfín de sonrisas, unas entrecomilladas con arrugas y otras que inspiraban rebeldía y juventud, pero ahí daba igual, no importaba tu edad si sentías con fuerza cada letra, te emocionabas con cada acorde de la guitarra de Pancho y te veías reflejado en la sonrisa del gran Antonio.


Tres horas de paseo por sus letras, por sus pegadizos estribillos y por sus canallas subidas y bajadas al cielo. Supongo que habrá quien no entienda esa sensación, pero da igual, somos muchos los que la compartimos y los que sabemos que “la muerte es sólo la suerte con una letra cambiada” y nos limitamos a vivir el día a día llevando por bandera la ilusión, la rebeldía y las ganas de creer en algo mejor, en la poesía y en la buena música como banda sonora de nuestra vida.



Gracias.

jueves, 17 de enero de 2013

Des-encuentros.


Ansiaba la libertad, salió decidida, se soltó el pelo. Mirando atrás, guiñó un ojo al pasado, al destino, al final de la calle. Él, perdido, caminando sin sentido, ordenando las piezas del puzle de su vida, levantó la mirada, miró al futuro y vio su culo, esa manera de caminar le recordó a un gato, pasos traviesos y casi de puntillas, sutiles movimientos que le despertaron una sonrisa picaresca. Ella contoneándose burlona, él buscando una excusa para conocerla. Sus pasos se aceleraron, al igual que el corazón y las ganas de descubrir quién se escondía tras esa figura. La mente de él ya imaginaba, mejor dicho, idealizaba a aquella mujer, unos rasgos predefinidos, ese pelo de color indescriptible, a ratos rubio, a ratos color del fuego, a ratos casi de pantera; el pelo volaba al ritmo del paso que ella marcaba, intuía libertad, sabía a brisa de mar en las noches de verano. La distancia entre ambos fue haciéndose más corta, él pudo olerla y ella notaba una fuerte presencia a escasos metros. El momento que sus ojos se cruzaron y se mantuvieron echándose un pulso duró tres segundos, jamás ese intervalo de tiempo había pasado tan lento o tan rápido para ellos, pero fueron exactamente eso, tres míseros segundos, los mismos que bastan para saber cuando alguien va a ser más que un simple extraño paseando por Libreros. Y así fue el comienzo entre “nunca” y “quién sabe”, donde se cruzaron dos caminos.

miércoles, 16 de enero de 2013

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Somos de esos, de los que llevamos un corazón tan cinco estrellas que nos vamos enamorando de un buen vermú, del reloj que lleva la de la mesa de al lado, de la última calada de aquel porro compartido, de la cerveza tras el examen, de la buena poesía, de la canción número siete de “nos sobran los motivos” que compartí una vez en un coche, de lo pequeño, de lo que ocultan los lunares y la luna, de una sonrisa al amanecer, de cosquillas sin permiso, de por qué no, encender las farolas de su calle al madrugar para los exámenes, de la tarta de tres chocolates, del olor a tierra mojada llegando a casa a esa hora mientras tarareamos “fly me to the moon” y damos saltos al andar.

Sí, somos nosotros, los que nos enamoramos de todo, los que nos conformamos con nada, los que vivimos cantándole a la vida “la canción de los buenos borrachos” y aquellos que se mueren por verte sonreír a cada instante, seas quien seas, estés donde estés.

martes, 15 de enero de 2013

Noches de gatos.


Prepárate una excusa que decirles por si los bises se alargan toda la noche, busca un par de copas y brindemos por ser diferentes al resto de gatos, riamos en nuestro tejado en el que no tiene cabida nada que no sea tú y yo, cantemos por lo que nos hace felices, por lo que nos da la vida; saltemos obstáculos, gritemos al miedo, mordamos las ganas.

¡Pero vamos, que cae la noche y nos queda mucho que arañar!

domingo, 13 de enero de 2013

Un buen poema.

Un buen poema comienza por no recordarme a ti.
Por no tener un destinatario que lleve tus ojos, entreabra la boca y asome tu sonrisa.
Un buen poema no debería tener tu nombre o hablar del pudo y no fue.
Un buen poema no te asoma a versos con caidas de cien metros,
ni te lleva a la cama donde echábamos carreras de cremalleras.
No grita que éramos tres,
ni susurra que cerrabas los ojos con tanta fuerza que dolía,
y al terminar me abrazabas sin saber si habría una próxima vez.
Un buen poema no tiene los nervios que teníamos al vernos a escondidas,
ni finaliza con un abrazo en forma de tregua, pidiendo paz.
Un buen poema requiere tiempo y distancia,
y yo, estoy a tres versos de escribir un buen poema,
a dos tragos de olvidarte.

viernes, 11 de enero de 2013

sudar.

Sudábamos reencuentro, sudor de promesas sin cumplir, o sí, momentáneamente. El sudor que destilábamos sabía a "te he echado de menos", a ratos dulce, a ratos salado, como esa magnífica sensación que produce en la boca la tosta de queso de cabra con cebolla caramelizada del bar que hace esquina. Sabíamos, sudábamos.