martes, 18 de febrero de 2014

No sé qué esperáis de mí.




18 de Febrero, por si habías creído perder la costumbre.

Iba a levantar una ciudad después de las cenizas que ha dejado el incendio. No sé qué esperáis de mí, que tengo por cimientos flores. Que no he dejado de dormir al raso de unos ojos que no piden más de lo que doy. Que sigo soñando con caravanas, que recorren de arriba abajo todo lo que una vez me hizo daño, y ahora, mírame, no cedo al paso de la risa. Y por mucho que las sórdidas autopistas digan que son mejores que mis caminos empedrados, yo es que siempre he sido de llegar tarde al amor.

lunes, 17 de febrero de 2014

Ojalá. Qué.

Ojalá sepa empezar. 

Por donde tú no lo esperas. 

Y te sorprendas. 


He olvidado la fecha. Y el nombre. (Perdóname, Emi).


Ojalá que reinvente los tejados 
sin pararse a mirar en lo inestable de tus cimientos. 
Y allí, plantarte flores. 

Que use ropa interior negra.
Que se la quites lento.
Que tenga las manos frías 
y te mire a los ojos follando.
Que se vea en los tuyos haciendo el amor.

Que camine pisando charcos 
y señale al cielo como si se supiese, 
de memoria, tus lunares. 
Que no quiera aprendérselos para vivirte de nuevo. 
Que sea un caos. 
De memoria, también. 

Que tarde menos que tú en peinarse 
y quiera abrazarte recién salido de la ducha. 
Que no haga falta el agua para ese gesto. 
Que te coja la mano, el brazo, el mundo.
Que no sea por vidas, gata.

Que te haga saltar, sudar, reír, 
y feliz
Y que no se olvide de esto último. 
Que se invente la hora y te ponga en la que ella quiera. 
Que llore hasta olvidar y que olvide para no verte llorar.
Que encuentre una puesta de sol en cada madrugada. 

Que no veas que está de puntillas en mitad de un ‘te quiero’.
Que tú aprendas a saber decirlo a tiempo.


Que sea.
Que ella. 
Pero que te recuerde a mí.
Que escueza.
Así, un poco menos, callejera.



miércoles, 5 de febrero de 2014

Eres. Somos. Terminaré siendo.


Eso, des-co-no-ci-dos.





Granada, enero 2014.


Eres todo silencio,
un olvido que se revuelve en mi estómago
cuando el mundo me provoca.
Eres de mí todo lo que no soy cuando estamos lejos,
un motor que engrana con mi espalda
casi rozando lo imperfecto.

Un abrazo a tiempo,
temblar de nervios,
llorar por nada
o besar sin miedo.

Eres correrse a la vez hasta reírnos de la distancia,
hacerle un nudo en la garganta
y dejarla callada hasta el próximo enero.
Eres, ya te digo, lo que hay que evitar
cuando solo puedes pisar las baldosas negras
de camino a casa.
De volver a ti, porque eres eso.

Tienes ojos de haberme visto por dentro.
Eres toda estación llena de pasajeros
y un trasiego de maletas recorriendo ese hueco que deja tu cintura,
cuando te sientas a mirarme enloquecer.
Y mis manos, mientras, hacen lo que pueden
para apagar motores en marcha que ya no deben seguir ardiendo.

Eres hacer feliz a una niña cuando hablas de caramelos,
o de otro encuentro.
Eres abismo para el suicida,
heroína en cada baño,
la música de un final
y punto y principio.

Eres, quizás, alguien que no se merece palabras
por invertir en hechos,
y llenarte de ellas no es más que cavarme otra herida en el pecho.

Y joder, claro que he perdido el norte desde que tú me llenas el sur.

Eres, por si acaso lo dudabas,
lo menos me conviene,
lo que tanto me apetece,
lo que más me da la gana.