Hay vidas que se me cruzan
y besos que se atragantan
en cualquier lugar
del mundo.
Me conozco tanto
que a veces me olvido.
Otras, no me
reconozco,
y esas,
esas son las mejores.
Porque tú sonríes
con la misma boca
que me
trae
a lo que soy.
Y yo entro en el juego,
y me busco.
Bajo la vista
y me devuelves
tus ojos de
boca,
es decir,
llenos de sexo.
Que me alientan
como si fuesen boca.
Que me saben
como
si fuesen,
boca.
Que me sirven de espejo,
como el fondo
de tu boca
donde tú me buscas
a mí.
Y me traes contigo.
Y así,
te abres camino
a las heridas del pecho
(que son las más difíciles)
por el camino más
fácil.
Pero todavía,
algunas veces,
no me reconozco
y te sujeto fuerte
para no caerme,
o al revés.
Y me devuelves la caída,
aunque ambos estamos
ya en el suelo.
Y me
sujetas para caernos
y que nos duela el placer.
Porque me miras
con esos ojos de
boca que
coge aire,
con esa lengua de mar,
con esos dientes de prisa.
Me muerdes
como
si fueses boca,
como me besas,
como me bebes.
Cómo me tocas
(exclamación a esto último).
Me sabes
a lo que
sabe tu boca
después de enseñarme
lo que soy.
Por el lujo
de encontrarme
y mostrármelo.
Y
sonríes,
como cuando se me olvido.
Como sé mi olvido
y recuérdame qué somos.
Que somos.
Y entiende que por eso,
porque me conozco demasiado,
a veces tengo que olvidarme.
Anda, vente y recuérdame quién soy.