Despuntabas los domingos con afán,
la última luz de la semana te la servías con hielo,
el vaso ancho, un vino añejo.
Cogías los recuerdos de dos en dos,
aliñándolos con lo fiado,
con sencillez, con descaro
tentabas al lunes desde tus labios.
Luego el fuego y el quemarte soledades
fumando ciento sesenta y ocho horas en verso.
Un guiño a la madrugada que te trae el insomnio,
la falta de besos, el exceso de daños.
Y ya estás listo,
maldiciendo primaveras
cuando el sol roza el piano,
el gato te cede una vida,
alquilas un otoño,
segunda mano.
La pared tatuada de los versos
que lloraste un diez de mayo,
las ruinas que se caen en tu costado.
La vida tan puta en cama de todos,
cobrando cuarenta la hora,
abriéndose de piernas,
rompiendo lazos.
Algo suelto que te alarga un par de tragos,
te vas deshaciendo,
se va apagando.
Es domingo,
pesan los años.