miércoles, 27 de marzo de 2013

montar y desmontar(te)


Ser discreta,

desmontarte en piel y huesos, corazón.
Empezar por saciarme la sed,
terminar contigo,
morirme de ti,
que no es, sino otra manera de vivir(te).
Hacer el amor,
y en cada ola entregar(te) la vida.
Morirnos de ser lo que nadie espera,
vivirnos del saber resucitar con cada berso.

Re-vivirnos.

              Vernos.

                          Irnos.




- y ya acabas de decir que volvamos a empezar-



domingo, 24 de marzo de 2013

A mi Su.


Tres vidas has estado durmiendo en mi cama, leyendo lo que escribo, soñando versos a medida, secándome sudor y lágrimas, aliviando el peso de los días, dejando las penas al sol. Tres vidas, siete años, varias historias sin salida.
Las otras cuatro no tienen fecha, ni luz, ni nombre. Sólo te vestiste de calle y lloraste ausencias. Y llegaste. Y salvaste una vida. 

La mía.

Películas, siestas, confidencias, elecciones que marcan la piel y que supimos salar juntas.

Y ahora te apagas y se apagan ocho vidas. 



Me despierto. El café amarga, no eres tú la que se pasea por mis piernas mientras canto al levantarme. Cuando una mujer con gato tiembla, se tambalean siete vidas. Y duele. Y viceversa. 

Descansa, mi vida. Ten el sueño tan dulce que lleva tu nombre.


 Que ahora, a la vida le sobra sal.

lunes, 18 de marzo de 2013

de música y besos



La canción que necesito no suena en la radio, en el mejor reproductor del mercado, ni siquiera en los garitos que me escondo tras dos copas. No concibo otra música que no sea tu directo. Lo que estoy buscando es tu boca, que me diga que se queda hoy a dormir, un piano de fondo, pero sin coros, por favor, los acordes de tus ojos, el preludio de los besos con que mañana te haré el café. Y dos de azúcar.

Ya te estoy tarareando.

                       Te pido bises.

                                       (y que me beses)



sábado, 16 de marzo de 2013

Beber imposibles


Se me llenaban los ojos de sueños. Dejaba salir imposibles en dosis saladas que bajaban lentamente hasta la comisura del labio. 
Allí me los bebía.



Y le volvía a echar huevos,
para esta vez
lo  grar  los.


domingo, 3 de marzo de 2013

Cerrar(te) historias


Cuando cierras un libro, de esos de los que has tardado un tiempo en leer porque cada frase te incitaba a escribir al margen un trocito de tu historia, se para el tiempo durante el último párrafo, y tú relees, suena a despedida, de esas de las que escuecen, y vuelves a leer, asimilas cada palabra, e incluso antes de terminarlo, levantas la mirada y palpas su grosor, vuelve el olor que ha dejado las noches que te ha acompañado antes de dormir y recuerdas las frases que han marcado ese tiempo de lectura. Continúas, a ratos te eleva al cielo, pero las últimas palabras caen por su propio peso. Y lo cierras, y dejas escapar cuatro lágrimas, ni más ni menos, porque ya se sabe, porque ya se escuece.


Y piensas en lo mucho, ¡qué coño! en lo bonito que se escribe cuando se tiene la más mínima ilusión, porque sabes que al llegar a casa, te va a estar esperando ahí, en formato “léeme” y “déjame que te cubra de buenas noches”.


(A ti, que te ha venido grande la realidad de tu ficción, que has sido musa, y que has sido araña. Ojalá todo el mundo tuviese la oportunidad de sentirse el protagonista de una absurda e inventada historia de dos. Ojalá lo leas.)