Desde mi perspectiva,
te veo volar.
Estás tan guapa
cuando te abres de alas
e intentas rozar el cielo,
que me secas el
aliento.
Adoro tu sonrisa,
entrecortada por gemidos
que rozan el viento,
haciéndolo aún más confortable.
Llevas el ritmo
que marcan las olas
en el puerto
pero tú, estás a
cuatro metros ya de mi suelo.
Tu pelo, deja entrever a ratos tus ojos,
que se mantienen cerrados,
para evitar aún la caída,
y el resto, se
derrama por tu espalda,
rompiendo como la más rubia cascada de sueños.
Tú abierta de alas a la vida,
y yo ansiando tu
libertad,
bebiendo a cuentagotas el sudor
que sabe a mar de versos,
midiendo en caricias
el tiempo
y esperando el momento
en el que te decides
a saltar,
de tu cielo a mi cama,
de nuevo.
Y vuelves a mí,
con esa mezcla de
sudor, sin prisa
y con ganas de
permanecer
posada en mi pecho.
Entonces me cuentas tu sueño, que volabas,
que nadie te
paraba, y yo, estaba ahí abajo,
para salvarte de otro golpe contra el suelo.