domingo, 29 de diciembre de 2013

De Esperanza, el nombre y la espera.



Esperanza lleva recogida la belleza en una trenza que le abraza la espalda y a un gato dormido en el esófago, que solo se despierta cuando el viejo acordeón le llama. Muda de dudas fuma a escasos metros del tren a casa, donde una pareja de ancianos esperan la muerte, abrazados al recuerdo de unos años que huelen a milicia y balas. Un tiro en la sien no sabría a poco si con eso viese pasar fugazmente, antes del final del túnel, los brazos de un desconocido, si tuviese en la boca los besos del que nadie llamaría ‘hogar’,  si le ofreciese fuego un poeta vagabundo al que el corazón le huele a pan caliente,  a café en grano, a Madrid ardiendo por buscar un poco de calor entre cartones.

sábado, 28 de diciembre de 2013

Ataques de histeria de una mujer valiente.


Joder, lo he vuelto a hacer.



Sí, ya sé que no me viene bien y que tú siempre lo has detestado, pero llegan estas fechas, me sobra tiempo y ya no estás. Quizás sea otro tipo de autodestrucción. Lo he hecho, ¿y qué?
Las sobremesas nunca fueron lo mío, sabes que empezar una película a estas horas suele acabar en una de esas siestas en las que cuando despierto te pregunto si hay algo de cena, o si nos da tiempo a pedir pollo al limón en el chino.

Es cierto, pero ya no estás y lo he vuelto a hacer.

Malditas películas de la televisión, jodida campaña navideña. Vienen con sus seis parones como mínimo en los pretenden venderte turrones, juguetes y otra vez, la misma puta colonia de todos los años. Sabes que ya la has visto treinta y seis veces, pero te frotas las manos durante la comida sabiendo que te espera una tarde ‘diferente’. La rabia te inunda cuando ves  que no hay suficiente chocolate, que es sábado y deberías pensar en ducharte, porque vaya semana llevas.

Otra estúpida película de amor, no sé, pongamos que chico busca chica, o viceversa. Que alguien se interpone en el camino entre una bonita pareja. O que el trabajo te separa de tu chico, o de la chica de tus sueños, tal vez.

Y caes. Vuelves a quedarte en ropa interior y sin calcetines, por supuesto. Te echas un par de mantas y bajas las persianas, aunque cuando vuelvas a intentarte levantar del sofá ya será de noche. La has visto, te sabes el argumento y recuerdas los diálogos absurdos que la componen. Pero no dudas, y caes haciendo un triple salto mortal con doble tirabuzón, incluido.

Durante dos horas no existe el móvil (salvo cuando salen esas maravillosas sonrisas queriéndote vender turrón y ves el envoltorio del tuyo vacío). Se hace el silencio y coges postura para ver una absurda comedia americana de final feliz, de cuerpos esbeltos, de risas sensuales, de enfados y llantos tontos que acabarán en boda o algo así, por lo menos.

JODER, ¿POR QUÉ A MÍ? Hoy he vuelto a ver una persecución en la que la chica iba montada en uno de los millones de taxis amarillos que inundan las calles de Nueva York y detrás, el chico, montado en su enorme moto, saltándose todos los semáforos en rojo de toda la Quinta Avenida, mientras sujeta en la mano un ramo de rosas rojas y busca la melena rubia de la que dice ser la mujer de su vida. Mientras, ella, en silencio, montada en el asiento trasero del taxi, llora desesperadamente minutos antes de llegar al aeropuerto a embarcarse en un viaje de negocios donde intentará olvidar a ese hombre que lleva durmiendo las últimas dos semanas junto a ella.
La banda sonora acompaña esta trágica situación, él cree ver un vestido rojo tras el cristal, pero no, no es ella, porque nada se podría comprar con tal belleza. Su cara muestra dolor, pero no desiste, vuelve a buscar y por fin la encuentra. Después de gritarse a través de la ventana pide que pare el coche en mitad de un puente de tres carriles y doble circulación. Y se para, joder, se para en mitad de la jodida carretera. Doscientos coches a ambos lados se detienen, también. Él baja de la moto, y ella, todavía con cara de enfadada, decide escucharle.

Treinta segundos, solo treinta segundos después se besan. Joder. Treinta segundos y se perdonan todas las equivocaciones de los últimos dos meses que llevan juntos, tres si se cuenta a partir del día en el que se conocieron en ese bar, pero entre unas cosas y otras, no pudieron verse hasta pasadas cuatro infernales semanas. Y ya está, todo solucionado, beso de reconciliación, ovación por parte de todos los conductores, que ni mucho menos se han enfadado por ese atasco monumental y gritos de ‘qué bonito es el amor’.

Vamos, no me jodas.

Entonces vuelvo, me veo un sábado a las seis de la tarde con lágrimas en los ojos, habiendo sido consciente de lo que el mundo conoce como una verdadera historia de amor, yo semidesnuda, con la perra durmiendo a mis pies, con el café frío, con ganas de matar a todos los hombres y creyendo a ciencia cierta que eso me va a pasar a mí, quién sabe, quizás el próximo fin de semana, cuando vuelva por séptima vez, en este año, a Nueva York.


Tatatachán.

domingo, 22 de diciembre de 2013

Salidas nocturnas.


Lisboa, enero del 2012.


En realidad no soy lo que esperabas. Tú estabas tirado en medio de la carretera parpadeando en ámbar a la espera de un auxilio. Y yo, como una incauta más, venía de soledades hambrientas y me tiré a la calle sin mirar, siquiera, la luz roja que da pie a todas estas casualidades. Nos vamos atropellando, como hoy a la resaca de ayer, como mañana a las ganas que te tengo. Choque frontal de realidades y hostia contra el invierno en ropa interior. Y sin un duro en el bolsillo, sin un mal beso que llevarme a la boca, te digo que por primaveras más cortas me he cruzado corriendo y sin mirar atrás el jardín del olvido.

domingo, 15 de diciembre de 2013

Lo que dice cuando calla.


La poesía nunca muere, Sara.



Dice que soy tan otoño
que me aprovecho del resto de los mortales
para dejarme caer desapercibida
vistiéndome con mi enorme jersey marrón,
mientras repite que en mis ojos
muele café algún hombre con las manos,
bailan pegados una pareja de ancianos
y maúlla la gata que hay dentro de mí,
y eso, no deja indiferente a cualquiera.

Dice que soy todo lo que un hombre busca en una mujer de espaldas,
pero también soy eso mismo por lo que un hombre huiría
cuando le miro de frente y no callo lo que siento.
Dice que tengo las palabras acertadas para dejar de piedra a la prosa
y desajusto la métrica a la poesía,
sólo por hacerla un poco más mía.

Dice que digo que el amor es para otros
y me limito a llenar el suelo de hojas secas
para amortiguar un invierno,
que como cada dolor bisiesto,
termina llegando.
Y es que, cuando aprieta el frío,
me desnudo y bailo a merced de las persianas que manejan los vecinos,
mientras ella corre las cortinas, el telón, mis pesadillas.

Dice que voy en dirección contraria al resto,
sólo para llegar antes a mi propia meta,
que no es más que estar al otro lado del espejo,
despeinada y con ojeras de soñar con lo prohibido,
calentarme con la soledad de un domingo 
y hacer cantar cada noche a Joaquín
para olvidar el olvido.

Dice que bebo como ella nunca lo hizo 
y no me culpa;
que la vida me atraganta y se hace un nudo
a la altura de mi esófago de marinero en tierra
cuando grito de rabia al que ahoga sus penas en mi mar.
Y me enamoro de tanta tristeza.

Dice que se queda el dolor que me haga falta,
que hay comida en la nevera, algo de tiempo
y una nota, con su amor, en la encimera.





A mi madre, 
por todo lo que no me atrevo a decirle cuando calla.


domingo, 8 de diciembre de 2013

Cómo, sin conocernos.



Porquerolles, Francia.



No eres ni el único ni el último.
Ni siquiera llevas a cuestas la carga de ser mi primer amor y sus ambiguas consecuencias.
No te vi por primera vez tras una puesta de sol en París, o de espaldas en la barra de algún bar que hiciese esquina con la soledad.
No sonaba de fondo mi disco favorito, ni el viento jugó lo suficiente con tu pelo por la cara el segundo antes de mirarnos, ni mucho menos, aquella vez supe tan a ciencia cierta como lo sé hoy, que serías tú frente al resto, porque aún, ni siquiera recuerdo cómo nos conocimos. 
Sé que no fuiste el morbo al pasar la página de un trayecto de autobús, ni el polvo en un lavabo de aeropuerto o el brillo en la mirada que pone la zancadilla justo antes de verme caer y se aleja riendo.
Te vi subir dos pisos de escaleras, boquiabierta, como cuando las cosas que no te esperas al llegar a la cima se te echan encima justo en el momento en que inhalas fuerte y entiendes que la primavera no necesita a las flores teniendo el olor de ese cuello. 

Aquella tarde, sin conocernos, me abracé a tu demencial cordura.


martes, 3 de diciembre de 2013

Este lunes disecado.




Adicto, Jandro.


Eliges las canciones más tristes los lunes, 
como si al resto no nos costase suficiente 
pasar las páginas del calendario
sin arrancar el jodido invierno
y saber que enero cada vez está más solo
haciendo de los tristes su eterno paseo.

Días pares, 
dolores bisiestos. 

El sofá te ha vuelto a hacer de cama, 
como en las noches que llegas esperando 
que la película sea de vaqueros 
y te sorprendes con otra muerte a cañonazos, 
pero a estas horas miras 
y la soledad es más amarga que amiga.

Y es que esta vez, 
el del sombrero te ha disparado
sin darte tiempo a contar los pasos, 
sin respetar, si quiera, 
ese momento de madrugada 
en el que piensas en ordenar de más a lejos
los recuerdos que te han dejado.

Menos mal que no te ves
manchándome todo el pecho 
cuando me hablas del pasado.

Menos mal que no me ves
estrellándote entre versos
este sueño, este lunes, disecado.