"Sin palabras,
para no herir."
Creía que estaba sola
cuando entornando la vista
me pareció ver su rostro.
Aquellos enormes ojos color tierra
tiraban de mí hacia el abismo
sin escatimar en brazos.
Noté sus manos,
rodeándome la cintura
y su aliento en mi
nuca susurraba
palabras extintas de
lenguas muertas de risa.
Por mi espalda,
órbitas de planetas extraños
giraban a una
velocidad
digna del buen vértigo.
Besos con resquicios de frío,
a fuego dejaban
estelas centelleantes,
desde su boca
a mis pechos,
donde aterrizaban sus naves
cubiertas de saliva.
Carnívoro,
misántropo
y luna llena.
Fábricas de dedos,
descontrolados,
se multiplicaban por
mil,
por debajo, por supuesto.
Cada poro de mi piel
abría la boca como un bebé hambriento,
saciando la sed de
sus labios
en lo inferior de los
míos.
Se relamía la manera
de verme temblar así.
Mi espalda, arqueada,
hacía de su cuerpo una flecha a punto
de disparar en
sentido inverso,
con el filo de la lengua hacia mí,
hacia dentro,
hacía rato.
Mis puños, mis
muslos, mis párpados
apretaban con fuerza
el gatillo de querer sentir aquel cuerpo fugaz,
deseable, deseado,
a punto de hacerme
estallar,
con juegos artificiales
a ras y dentro de la piel.
Confeti, luces de colores
y serpentinas llenaron el suelo.
Entonces,
me cegó ver
su rostro,
sus ojos color tierra, sus brazos,
sus manos, su
aliento,
el vértigo, el frío, la saliva,
la carne, la boca seca,
la piel y la flecha,
todos,
inertes en mi imaginación,
mientras mis manos reían,
sombrándose a la idea de ser luz,
de saber que he sido,
ésta vez,
otra vez,
otra vez,
yo, sola, conmigo.
-
Y otras magias.