jueves, 12 de junio de 2014

Carnívoro, misántropo y luna llena.



"Sin palabras,
 para no herir."

Creía que estaba sola
cuando entornando la vista
me pareció ver su rostro.

Aquellos enormes ojos color tierra
tiraban de mí hacia el abismo
sin escatimar en brazos.

Noté sus manos,
rodeándome la cintura
y su aliento en mi nuca susurraba
palabras extintas de lenguas muertas de risa.

Por mi espalda,
órbitas de planetas extraños
giraban a una velocidad
digna del buen vértigo.

Besos con resquicios de frío,
a fuego dejaban estelas centelleantes,
desde su boca a mis pechos,
donde aterrizaban sus naves
cubiertas de saliva.

Carnívoro,
misántropo
y luna llena.

Fábricas de dedos,
descontrolados,
se multiplicaban por mil,
por debajo, por supuesto.

Cada poro de mi piel
abría la boca como un bebé hambriento,
saciando la sed de sus labios
en lo inferior de los míos.

Se relamía la manera
de verme temblar así.

Mi espalda, arqueada,
hacía de su cuerpo una flecha a punto
de disparar en sentido inverso,
con el filo de la lengua hacia mí,
hacia dentro,
hacía rato.

Mis puños, mis muslos, mis párpados
apretaban con fuerza
el gatillo de querer sentir aquel cuerpo fugaz,
deseable, deseado,
a punto de hacerme estallar,
con juegos artificiales
a ras y dentro de la piel.

Confeti, luces de colores
y serpentinas llenaron el suelo.

Entonces, 
me cegó ver su rostro,
sus ojos color tierra, sus brazos,
sus manos, su aliento,
el vértigo, el frío, la saliva,
la carne, la boca seca,
la piel y la flecha,
todos,
inertes en mi imaginación,
mientras mis manos reían,
sombrándose a la idea de ser luz,
de saber que he sido,
ésta vez,
otra vez,
otra vez,
yo, sola, conmigo.
-

     Y otras magias.


martes, 3 de junio de 2014

Morirse de miedo


Imagínate que nadie te reprocha
 toda esa tristeza durante 
un par de días.
 Imagina que se limitan
 a hacerte ver 
lo opuesto.



Aquella chica triste tenía la cara salpicada de pecas. Yo le habría contado un cuento por cada una de ellas. Me hacía gracia cuando el sol le daba de frente y arrugaba la nariz para poder seguir mirándome a los ojos. Se llamaba Lucía, o Sara, o Sofía. Yo nunca llegué a llamarla por su nombre, pero la quise como no he vuelto a quererme a mí mismo. Decía que si manteníamos el secreto sería todo mucho más fácil. No llegué a entenderlo, sobre todo cuando se ponía sobre mis muslos a contarme sus desastres, o cuando se reía en el coche mordiéndose el labio, o en las tardes en que practicábamos qué hacer si al día siguiente se fuese a acabar el mundo. Ella quería morir me miedo, de amor, de amar. Lloraba con la mayoría de las películas, cantaba casi siempre, bebía sola, y conmigo. Y ahí éramos iguales.

Anoche, hace dos días, o hace tres vidas se fue Lucía, o Sara, o Sofía, para llevarse el mundo, para acabar con todo sin darme tiempo a arrancar el coche aquella tarde; muriéndose de miedo, de amor, de amar.