domingo, 29 de diciembre de 2013

De Esperanza, el nombre y la espera.



Esperanza lleva recogida la belleza en una trenza que le abraza la espalda y a un gato dormido en el esófago, que solo se despierta cuando el viejo acordeón le llama. Muda de dudas fuma a escasos metros del tren a casa, donde una pareja de ancianos esperan la muerte, abrazados al recuerdo de unos años que huelen a milicia y balas. Un tiro en la sien no sabría a poco si con eso viese pasar fugazmente, antes del final del túnel, los brazos de un desconocido, si tuviese en la boca los besos del que nadie llamaría ‘hogar’,  si le ofreciese fuego un poeta vagabundo al que el corazón le huele a pan caliente,  a café en grano, a Madrid ardiendo por buscar un poco de calor entre cartones.

sábado, 28 de diciembre de 2013

Ataques de histeria de una mujer valiente.


Joder, lo he vuelto a hacer.



Sí, ya sé que no me viene bien y que tú siempre lo has detestado, pero llegan estas fechas, me sobra tiempo y ya no estás. Quizás sea otro tipo de autodestrucción. Lo he hecho, ¿y qué?
Las sobremesas nunca fueron lo mío, sabes que empezar una película a estas horas suele acabar en una de esas siestas en las que cuando despierto te pregunto si hay algo de cena, o si nos da tiempo a pedir pollo al limón en el chino.

Es cierto, pero ya no estás y lo he vuelto a hacer.

Malditas películas de la televisión, jodida campaña navideña. Vienen con sus seis parones como mínimo en los pretenden venderte turrones, juguetes y otra vez, la misma puta colonia de todos los años. Sabes que ya la has visto treinta y seis veces, pero te frotas las manos durante la comida sabiendo que te espera una tarde ‘diferente’. La rabia te inunda cuando ves  que no hay suficiente chocolate, que es sábado y deberías pensar en ducharte, porque vaya semana llevas.

Otra estúpida película de amor, no sé, pongamos que chico busca chica, o viceversa. Que alguien se interpone en el camino entre una bonita pareja. O que el trabajo te separa de tu chico, o de la chica de tus sueños, tal vez.

Y caes. Vuelves a quedarte en ropa interior y sin calcetines, por supuesto. Te echas un par de mantas y bajas las persianas, aunque cuando vuelvas a intentarte levantar del sofá ya será de noche. La has visto, te sabes el argumento y recuerdas los diálogos absurdos que la componen. Pero no dudas, y caes haciendo un triple salto mortal con doble tirabuzón, incluido.

Durante dos horas no existe el móvil (salvo cuando salen esas maravillosas sonrisas queriéndote vender turrón y ves el envoltorio del tuyo vacío). Se hace el silencio y coges postura para ver una absurda comedia americana de final feliz, de cuerpos esbeltos, de risas sensuales, de enfados y llantos tontos que acabarán en boda o algo así, por lo menos.

JODER, ¿POR QUÉ A MÍ? Hoy he vuelto a ver una persecución en la que la chica iba montada en uno de los millones de taxis amarillos que inundan las calles de Nueva York y detrás, el chico, montado en su enorme moto, saltándose todos los semáforos en rojo de toda la Quinta Avenida, mientras sujeta en la mano un ramo de rosas rojas y busca la melena rubia de la que dice ser la mujer de su vida. Mientras, ella, en silencio, montada en el asiento trasero del taxi, llora desesperadamente minutos antes de llegar al aeropuerto a embarcarse en un viaje de negocios donde intentará olvidar a ese hombre que lleva durmiendo las últimas dos semanas junto a ella.
La banda sonora acompaña esta trágica situación, él cree ver un vestido rojo tras el cristal, pero no, no es ella, porque nada se podría comprar con tal belleza. Su cara muestra dolor, pero no desiste, vuelve a buscar y por fin la encuentra. Después de gritarse a través de la ventana pide que pare el coche en mitad de un puente de tres carriles y doble circulación. Y se para, joder, se para en mitad de la jodida carretera. Doscientos coches a ambos lados se detienen, también. Él baja de la moto, y ella, todavía con cara de enfadada, decide escucharle.

Treinta segundos, solo treinta segundos después se besan. Joder. Treinta segundos y se perdonan todas las equivocaciones de los últimos dos meses que llevan juntos, tres si se cuenta a partir del día en el que se conocieron en ese bar, pero entre unas cosas y otras, no pudieron verse hasta pasadas cuatro infernales semanas. Y ya está, todo solucionado, beso de reconciliación, ovación por parte de todos los conductores, que ni mucho menos se han enfadado por ese atasco monumental y gritos de ‘qué bonito es el amor’.

Vamos, no me jodas.

Entonces vuelvo, me veo un sábado a las seis de la tarde con lágrimas en los ojos, habiendo sido consciente de lo que el mundo conoce como una verdadera historia de amor, yo semidesnuda, con la perra durmiendo a mis pies, con el café frío, con ganas de matar a todos los hombres y creyendo a ciencia cierta que eso me va a pasar a mí, quién sabe, quizás el próximo fin de semana, cuando vuelva por séptima vez, en este año, a Nueva York.


Tatatachán.

domingo, 22 de diciembre de 2013

Salidas nocturnas.


Lisboa, enero del 2012.


En realidad no soy lo que esperabas. Tú estabas tirado en medio de la carretera parpadeando en ámbar a la espera de un auxilio. Y yo, como una incauta más, venía de soledades hambrientas y me tiré a la calle sin mirar, siquiera, la luz roja que da pie a todas estas casualidades. Nos vamos atropellando, como hoy a la resaca de ayer, como mañana a las ganas que te tengo. Choque frontal de realidades y hostia contra el invierno en ropa interior. Y sin un duro en el bolsillo, sin un mal beso que llevarme a la boca, te digo que por primaveras más cortas me he cruzado corriendo y sin mirar atrás el jardín del olvido.

domingo, 15 de diciembre de 2013

Lo que dice cuando calla.


La poesía nunca muere, Sara.



Dice que soy tan otoño
que me aprovecho del resto de los mortales
para dejarme caer desapercibida
vistiéndome con mi enorme jersey marrón,
mientras repite que en mis ojos
muele café algún hombre con las manos,
bailan pegados una pareja de ancianos
y maúlla la gata que hay dentro de mí,
y eso, no deja indiferente a cualquiera.

Dice que soy todo lo que un hombre busca en una mujer de espaldas,
pero también soy eso mismo por lo que un hombre huiría
cuando le miro de frente y no callo lo que siento.
Dice que tengo las palabras acertadas para dejar de piedra a la prosa
y desajusto la métrica a la poesía,
sólo por hacerla un poco más mía.

Dice que digo que el amor es para otros
y me limito a llenar el suelo de hojas secas
para amortiguar un invierno,
que como cada dolor bisiesto,
termina llegando.
Y es que, cuando aprieta el frío,
me desnudo y bailo a merced de las persianas que manejan los vecinos,
mientras ella corre las cortinas, el telón, mis pesadillas.

Dice que voy en dirección contraria al resto,
sólo para llegar antes a mi propia meta,
que no es más que estar al otro lado del espejo,
despeinada y con ojeras de soñar con lo prohibido,
calentarme con la soledad de un domingo 
y hacer cantar cada noche a Joaquín
para olvidar el olvido.

Dice que bebo como ella nunca lo hizo 
y no me culpa;
que la vida me atraganta y se hace un nudo
a la altura de mi esófago de marinero en tierra
cuando grito de rabia al que ahoga sus penas en mi mar.
Y me enamoro de tanta tristeza.

Dice que se queda el dolor que me haga falta,
que hay comida en la nevera, algo de tiempo
y una nota, con su amor, en la encimera.





A mi madre, 
por todo lo que no me atrevo a decirle cuando calla.


domingo, 8 de diciembre de 2013

Cómo, sin conocernos.



Porquerolles, Francia.



No eres ni el único ni el último.
Ni siquiera llevas a cuestas la carga de ser mi primer amor y sus ambiguas consecuencias.
No te vi por primera vez tras una puesta de sol en París, o de espaldas en la barra de algún bar que hiciese esquina con la soledad.
No sonaba de fondo mi disco favorito, ni el viento jugó lo suficiente con tu pelo por la cara el segundo antes de mirarnos, ni mucho menos, aquella vez supe tan a ciencia cierta como lo sé hoy, que serías tú frente al resto, porque aún, ni siquiera recuerdo cómo nos conocimos. 
Sé que no fuiste el morbo al pasar la página de un trayecto de autobús, ni el polvo en un lavabo de aeropuerto o el brillo en la mirada que pone la zancadilla justo antes de verme caer y se aleja riendo.
Te vi subir dos pisos de escaleras, boquiabierta, como cuando las cosas que no te esperas al llegar a la cima se te echan encima justo en el momento en que inhalas fuerte y entiendes que la primavera no necesita a las flores teniendo el olor de ese cuello. 

Aquella tarde, sin conocernos, me abracé a tu demencial cordura.


martes, 3 de diciembre de 2013

Este lunes disecado.




Adicto, Jandro.


Eliges las canciones más tristes los lunes, 
como si al resto no nos costase suficiente 
pasar las páginas del calendario
sin arrancar el jodido invierno
y saber que enero cada vez está más solo
haciendo de los tristes su eterno paseo.

Días pares, 
dolores bisiestos. 

El sofá te ha vuelto a hacer de cama, 
como en las noches que llegas esperando 
que la película sea de vaqueros 
y te sorprendes con otra muerte a cañonazos, 
pero a estas horas miras 
y la soledad es más amarga que amiga.

Y es que esta vez, 
el del sombrero te ha disparado
sin darte tiempo a contar los pasos, 
sin respetar, si quiera, 
ese momento de madrugada 
en el que piensas en ordenar de más a lejos
los recuerdos que te han dejado.

Menos mal que no te ves
manchándome todo el pecho 
cuando me hablas del pasado.

Menos mal que no me ves
estrellándote entre versos
este sueño, este lunes, disecado.

domingo, 17 de noviembre de 2013

La cara soñada del amor sin miedo.




Pintando sueños, Jandro.

Estoy bien, pese al pronóstico de lluvias copiosas que dio anoche el señor del tiempo. Mi horóscopo advertía que no me moviese de casa, que algo malo iba a pasar. Mi padre, asustado, cerró la puerta con tres giros de llave. 

Sin embargo, lo he visto. Lo he sentido.

Me levanté pronto esta mañana, aún a riesgo de no cumplir con mis ocho horas reglamentarias de sueño; pero explícaselo tú a mi insomnio y a las ganas de escribir que me arropan por las noches. Salté de mi quinto piso a la demencia de las calles sin abrir el paracaídas. Me rompí los tobillos y recuerdo que me dolió al caer lo que va antes de la cadera, que no eres tú. Aterricé en una aterciopelada superficie de rocas, que se dedicaron a hacerme cosquillas durante el tiempo que estuve tomándome un café, junto a un pájaro con forma de cerradura y tres libros de historia, que no paraban de hablar. Una vez dado el último sorbo a mi taza, un par de mariposas ancianas me animaron a cruzar al otro lado de la calle y, justamente ahí, lo vi claro. A eso se refería el señor del tiempo, lo que advertía el horóscopo. Eso era de lo que me protegía mi padre. Un enorme corazón azul estaba a punto de engullirme sin masticar. Pero no sólo eso, no estaba sola. De la calle de al lado, había atrapado a un transeúnte. 
No sé, no estaba asustada y me dio miedo tanta fortaleza.  Le miré fijamente y noté cómo un torbellino se apoderaba de mi voz. Comenzó a llover en mi tejado y de las pestañas salieron toneladas de rosas rojas a modo de bienvenida. La luna, entonces, se tornó de un color verde pistacho que ya conocía de otro verano. El chico me miró y le crecieron nubes de colores en el centro del pecho. El corazón parecía no necesitar a nadie más y nos tragó sin mediar palabra. Ese calor me recordó a cuando mi escarabajo me toca cada tarde un blues al oído. Me besó, no el corazón, sino aquel ser que anulaba mi poder de elección. Creo que mis rosas de mezclaron con sus nubes, y eso fue lo último que recuerdo. Me ha crecido un amor en la frente y siento unas ganas irreversibles de vivir entre esas nubes, en esta habitación azul.


Estoy bien, pese al pronóstico de ayer, es sólo un amor en la frente.


martes, 12 de noviembre de 2013

Era otoño y parecía abril.



Marsella, Noviembre 2013.


El traje de soledad le queda tres tallas grande los domingos a Alejandra, que se dedica a acariciar, en pijama,  un recuerdo con la yema de los dedos. Ni siquiera cree que él se acuerde de ella, por mucho que fuese el único en saber que el pijama sólo es la vestimenta de un domingo. La última vez que se vieron, prometieron no volver a escribirse; nada de llamadas ni encuentros fortuitos en la puerta de algún bar. Ese mismo miércoles de noviembre, ella recogió la máquina de escribir y guardó todo lo que le recordaba a Diego en la caja que esconde bajo la cama, como las peores pesadillas.

Porque le había pedido que no lo hiciese, por eso y porque tenía sus medidas grabadas en la mente, esculpía en cada hueco vacío la figura de aquel hombre que trajo otoños a un mes de abril, o al revés. El aire convergía con las manos de Alejandra para tallar en la ausencia sus largas piernas, que tantas guerras de cosquillas le habían hecho perder, su torso lleno de los pliegues que había besado y sudado a la par, sus anchos hombros, su tímida boca, sus ojos, los barcos que ellos mueven y su pelo, rubio ceniza, como todo aquello, porque le podía borrar de un manotazo y no lo hacía.

Ahora, de vez en cuando, descuelga su miedo del perchero y sale, aunque Madrid sin él pierde la magia, porque no había truco más misterioso que ese en el que se quitaba la ropa y dejaba caer sus cartas.  Por eso y porque los lunes tenía cuarenta motivos y dos comodines para recordar que no había sido un sueño, que era plena lluvia de otoño y parecía abril.


martes, 5 de noviembre de 2013

'tengo muchas cosas que contarte'



Me fascina la energía con la que Víctor sube las escaleras. Es normal, tiene siete años. Me lo dijo hace un par de días cuando coincidimos por primera vez en el autobús. No dudó un instante en sentarse en el asiento contiguo que yo ocupaba involuntariamente con mi abrigo y el bolso lleno de libros.

Me llamo Víctor y vengo del cole, es la primera vez que vuelvo solo a casa, pero no me da miedo porque tengo siete años.

¿Y tú, cómo te llamas?

Levanté la vista de la lectura y me encontré una bonita sonrisa que esperaba una respuesta. Le hice un hueco, venía sudando y jugueteaba con el ticket del billete que el conductor le había dado. Se acomodó mientras me contaba que se había pasado todo el recreo recogiendo hojas secas de los alrededores, con las que a última hora habían comenzado un mural ‘super-enorme’ en la pared. Llevaba en la mano seis hojas, su número favorito, en un pequeño ramo, algunas en peor estado por el transcurso del día. Quería regalárselas a su madre cuando volviese, me confesó que las iba a guardar hasta Agosto, para que ella las viese al llegar del trabajo. Hablaba del tiempo con la felicidad que da saber que todo llegará.

Al llegar a su parada, me prometió que iría por la acera.



Si mañana voy al cole, espérame en este asiento, tengo muchas cosas que contarte.



cuando olvidas el reloj

Apoyé mi verdad sobre el segundero y el reloj dejó de marcar el estúpido pulso de un mundo ruidoso que no hace otra cosa que recordarme a ti. Paró en seco el olvido al tiempo. Pasó que paró y equilibré la balanza de tu ausencia con mis fuerzas de flaqueza, cogiendo impulso y algo de peso. Pasó que pensé en mí y sopesé lo ridículo del autocastigo que ejerce la mente sobre el cuerpo y sobre todo, el mal golpe que se lleva el corazón cuando no quiere darse por vencido. Pasé de la filia a la fobia si hablamos de amor y de hablar en plural a hacerlo conmigo, pasé del ‘quiero’ al ‘voy’, del ‘puedo’ al ‘soy’. Pasó que pensé en mí, porque como te iba diciendo, esas cosas pasan cuando olvidas el reloj.

domingo, 27 de octubre de 2013

'La casa Azul'




Son alrededor de las cinco de la tarde. En el bar, la música suena a un volumen tranquilo, con el que se caracteriza esta hora. El camarero, mientras sostiene un trapo sucio en la mano, con la otra gesticula al otro lado de la barra, hablando con un cincuentón lloroso que apoya sus penas en ella.

En la mesa más próxima al llanto, dos señoras mantienen una agitada conversación subida de tono -ya he dicho que el volumen a estas horas debe ser acorde a las cinco de la tarde, y a éste, le sobran cincuenta decibelios por persona-. Podría decirles sobre qué trata la disputa, pero perderían la fe en la mujer como valiente portadora de la feminidad en el lenguaje, y otros modos.

En la mesa de la ventana está Luis, siempre está Luis. Nunca se ha presentado como tal a nadie, pero los asiduos a esa tasca saben que aquel rincón junto a la ventana es de Luis,  nadie osaría jamás quitarle su trocito de luz, su pedacito de calle.  Es un amable hombre canoso y desaliñado que cada tarde baja a tomar café. Hay días en los que el café parece crecer en su taza, alargando su estancia hasta que se cierra La casa Azul, el jodido bar de mi calle.

Y luego estoy yo, que ni siquiera he pasado por casa después del trabajo. No acostumbro a frecuentar un bar sola, siempre he creído que se debe tener mucha pena para enfrentarte a las miradas de los allí presentes, al juicio previo de todos y cada uno de los que menean sin fuerza la cucharilla del café, que alargan el brazo para pedir otra cerveza o que lloran delante de una copa de vino. El caso es que hoy no he avisado a Carlos de que no volvería a casa a comer con él; ambos salimos a las tres de nuestros respectivos trabajos y nos esperamos para contarnos cómo ha ido la mañana, sus proyectos, mis niños. Todo, mirándonos frente a frente delante de un plato de comida recalentada.

Soy Sara, he venido al jodido bar de mi calle porque no quiero llegar a casa, no es que me esconda de mi propia realidad, pero desde La casa Azul se ve todo con cierta distorsión que me resulta atractiva, lo que ya ni siquiera me resulta Carlos. Llevo un día de mierda al que ya no sé cómo mirar y sólo son las cinco. No tengo hambre y sería capaz de deambular toda la tarde con tal de alargar el cuestionario de preguntas que tendré que responder para argumentar mi ausencia al abrir la puerta. Hoy es un martes de mierda, pero el café me calienta las manos y pesa menos todo esto. Hoy cumplo todos los requisitos para que me cataloguéis  de la peor mujer del mundo: no sé lo que quiero, no sé qué me pasa y no tengo la más mínima intención de adivinarlo. Carlos, en días como hoy, siempre encuentra la manera más rápida de sacarme de mis casillas, por eso sigo aquí.

A veces, creo que no estoy enamorada y lo sé porque una vez lo estuve. Vivía sola, llegaba de clase derrotada, con la carpeta llena de dibujos, ejercicios por corregir. Una cálida voz me esperaba al teléfono para darme las buenas noches. Era Carlos, el mismo, pero unos meses antes, cuando aún no habíamos tomado la decisión de vivir juntos. Ahora parece que rehúyo de sus besos y duele no tener una explicación lógica para este comportamiento, pero juro que no soy la peor mujer de mundo. Me faltan un par de cafés, quizás.

martes, 22 de octubre de 2013

Pasos y pasos.




Tus labios arrastran un tono rosa tenue, como queriendo pasar desapercibidos a los míos, y no. Acabas de doblar la calle y una guerra de miradas incendia el semáforo en rojo, que no tiene pensado tornar al color de tus ojos hasta que nos maten las ganas de morir atropelladas. Tienes las piernas kilométricas y resulta imposible esconderlas tras esa fina tela, que las acompaña y arropa sigilosamente hasta los pies, únicamente cubiertos por unas planas sandalias azul- miedo. Esperas en la línea del horizonte que crea mi mirada al contacto con tu cuerpo, mis ojos a tu altura deben ser mero desierto; tú tan ave. Tú, tan verdes, tan salvajes.

No apartas la vista mientras el resto de peatones enviste la carretera, y yo, involuntariamente, con ellos. Me llega tu olor y te pierdo cuando me roza el frío que deja tu espalda. 

Me vuelvo -y joder, qué piernas-

Continúo la calle, que ahora llega a su límite, igual que el día, desde que tú, desconocida, le has puesto fin.

viernes, 18 de octubre de 2013

Lucía.







Y allí estaba, abandonada a otros labios de alquiler sin compromiso de venta. Carmín rojo, escote roto. Por su cama veía pasar huéspedes con la facilidad de quien recuerda en momentos de flaqueza a un primer amor. 'Cuarentaitantos' daños cosidos de whiskey seco. Un piso derrumbado en los brazos del cabrón al que amó, un techo de golpes e insultos, paredes que dan a la calle, porque eso son, muros de bullicio que no abrigan. Sucias aceras grises, saliva ajena en los resquicios infectados de jeringuillas por donde pisa, venas que se rompen al recordar el cariño que no le dieron por ser quien era, por decorar esa esquina de ' te quieros' que nadie quiso, por ser puta de mirada negra y piel manchada.

Ella es Lucía.
Y ella, cada día, se apaga.

martes, 15 de octubre de 2013

La breve historia de lo prohibido.



Sus pupilas hambrientas, entonces, se posaron en mis labios. Involuntariamente me llevé la cerveza a la boca, y sin querer, mis dientes chocaron contra el fino cristal antes de dar el sorbo. Hacía ya un rato que mi mente apoyaba las dudas en el botón superior de su ajustada camiseta negra. Informal y deseable en un mismo cuerpo. En su boca, un cigarro encendido, en aquel bar lo único prohibido era enamorarse. Inspiré su humo mientras él tarareaba una canción en inglés y me contaba los detalles de su último día en el trabajo. De vez en cuando, yo levantaba la vista y me encontraba con sus ojos inocentes, muertos de mar y risa, agua fría donde mojarse y salpicar felicidad  a ambos lados de sus comisuras. No sé, en el fondo no se estaba tan mal, era lluvia, era inmensidad.


Parecía fácil, lo único prohibido era enamorarse. 

sábado, 5 de octubre de 2013

El par de patos que se escaparon del Central Park para amarrarse a mi espalda.




Esto no es más que una carta de agradecimiento y voy a pediros perdón, adelantándome a la extensión que puede que tenga, jamás os pediría perdón por los bailes.

En primer lugar, Octubre (con mayúsculas) me llena de tinta y no tengo más remedio que seguir escribiendo, pero hace un par de noches me hice la 'incumplible' promesa de aprender a escribir a quien lo merezca, y esto es una bonita manera de empezar.

Muchas, de corazón, muchas gracias a todas las personas que ayer compartieron un rato conmigo, quién dice rato, dice una cerveza, una llamada, una copa de vino, café, risas, besos, pasteles y sobre todo, mucho chocolate. Gracias a los que dejaron cinco minutos al mundo para dedicarme unas palabras, y a los que no, porque hay vendas que no dejan ver los carteles luminosos, pero gracias igualmente, porque para aprender a mirar las flores, tienes que aprender a valorar a esas piedras del camino, con las que tropezaste, caíste y ahora forman parte del suelo que pisas, haciéndote aún más fuerte. Gracias por cada carta, por cada grabación, por cada vídeo, por cada foto, por cada versión actual del mensaje y por el mensaje en sí, que de esos quedamos pocos. Gracias por las visitas, por los detalles y por los abrazos.

Pero no todo acaba aquí, porque en el ‘día internacional de la sonrisa’ (que qué bien me viene para darle las gracias a mis padres por este irreparable don) también hubo lágrimas, de las que me salen a mí con aquello que no se ve, que no se toca. Me gustaría con esto agradecer, uno a uno, como ellos lo han hecho, a todos lo que han participado para robarme las palabras, y mira que eso es difícil; prometo grabar un vídeo para que logréis sentir, aunque sea, una mínima parte del cielo que me hacéis rozar al veros.

Gracias a Emi por romper el hielo, por la banda sonora y por cada detalle. Gracias al rey de los Pokemon por enseñarme a ser niña. Gracias Bea porque por ser lo que somos, nos sobran las palabras. Gracias Nico, porque eres mi ‘ene’, un pilar que me emborracha y sostiene la vida. Gracias Alberto por enseñarme a reirme de la vida. Gracias Estefa, porque me das ganas de vivir. Gracias a la pareja, Nuria y Jefrin, porque vuestros detalles marcan la diferencia. Gracias María porque cada rato contigo se hace indispensable. Gracias a la pequeña, porque en la primera toma ha conseguido que quiera comérmela a besos. Gracias Pablo por enseñarme a tocar y hacer que se corra la risa. Gracias Burgos, porque ‘lo bueno si breve’ cala hondo. Gracias Chulo, porque me acoges y nos sobra Granada para querernos, y a tu amigo, gracias. Gracias Vero, porque a la decimoquinta, te quiero más. Gracias Sara por pintarme los días y hacerme más gata. Gracias Suave por marcar el ritmo y mis pasos. Gracias Marina porque la poesía a tu lado tiene mi color favorito, color atardecer. Gracias Fabio, porque la distancia no es tanta si sigues sonriendo. Gracias Almi, Rocío, Mari y Reve, porque sin vosotras, pretender educar sería caer en la cuenta de los imposibles. Gracias Naza, porque compartimos el amor a los más agradecidos. Gracias Dani, porque cuando estás tú, todas las canciones me encantan. Gracias Negro, porque escribiendo no dejas de sonreir. Gracias a los Negros, por nunca desaparecer. Gracias Pablo por tu acento y esa manera tan tuya de comerse la vergüenza. Gracias Troya por cada abrazo, porque con una palabra inventada arreglas mi cielo. Gracias Ainhoa por hacer que mueva mis caderas cuando todo va mal. Gracias a Paula por hacer que tenga tantas ganas de conocerte y por este precioso vídeo.


Gracias a todos, sois grandes, y yo a vuestro lado.

lunes, 30 de septiembre de 2013

Ausencias.



Se quitó el disfraz como quien se quita la pena un viernes, como el placer que produce jugarse a cara o cruz si rojo o negro, si par o impar, si vas o bastos. Salió del taxi, cruzó las puertas y pasó los controles rutinarios que le alejaban de esta polvorienta ciudad. Estaba mareando sus pensamientos frente a un café en uno de esos ‘bares de paso’ del aeropuerto, esperando quién sabe qué; quizás una mirada que fuese capaz de devolverle su metro ochenta de risa y sueños, ahora rotos y esparcidos por aquel piso de Tirso de Molina, donde ya nunca volvería a echarse a suertes quién se levanta a apagar la luz. A sus pies, una mochila de mano con ropa interior limpia, tres camisas, un par de pantalones y un jersey a rayas. Sobre la mesa, un billete a Buenos Aires, o a Vancouver, o quizás a Auckland; ese papel impreso con un destino que no diré porque ya se ha ido, porque esa noche de gritos, juraría que me tocaba a mí levantarme a apagar la luz en el que era nuestro piso de Tirso de Molina.


30 de Septiembre.

sábado, 28 de septiembre de 2013

donde crecen las flores.






Confieso que nunca había creído
que tanta magia en la mirada
cupiese en un cuerpo de mujer,
y así ha sido.

Mientras no estabas,
me licencié en la locura
que dicen que guardas
cuando miras de reojo
y preguntas que qué espero de ti,
si ya no entiendes mi juego.

Paseas distraído
sin saber que me he cosido
al azul de tu chaqueta
por miedo a hacerlo
al de tus ojos y ahogarme,
ahora que ya no remas,
ni creo que me merezca
el hueco que dejan tus hombros.

También te confieso, amor,
que desconozco tus cartas,
tus miedos,
tu risa
o el tacto de tu pelo;
que has puesto tan lejos el cielo
que peco de soñadora al mirarte,
y mírame,
que ni en el infierno me quemo.

Yo me he hecho cicatrices en tu nombre,
te has grabado con la tinta que rebosas
y has cambiado el corazón por uno nuevo,
tus palabras ahora hablan
de los cuerpos que conozco,
que recorro,
que prometo,
y créeme que no es tan bueno.

Ahora miras –enamorado- a estúpidas como yo,
que nos quedamos pensando
y no dudas al cambiar
el camino empedrado por el suave asfalto,
pero no olvides, mi vida,
que las flores siempre crecen a los lados.

-Al que ha sabido cambiarse de acera
cuando nos cruzamos,
y cuando no.
Aunque nadie lo entienda,
me has robado un par de insomnios.-

martes, 17 de septiembre de 2013

Tú, doble o nada.


'Ebriarme' es uno de los verbos  que te conjugo cuando pasas
porque me suena a beberse tu boca llena de penas 
y disparar con las balas sinceras de un borracho
a quien en tus brazos no se encuentre sobrio de dudas.

Es fácil así vaciar el pecho de todo lo que no arrastres al tragar,
quemándome hasta este miedo que no sé dónde ponerlo
cuando pretendes salvarme de la caída en tus ojos sólo con la punta de los dedos.

Luego es simple: colocarme de frente y de ti hasta que me digas 'basta',
y yo, entre tú o nada, te apueste al doble para verte venir dos veces,
y que a la tercera, no sepas ni cómo ni cuándo y sin buscar los pretextos,
te quedes aquí.

Atarcezco de mañana para que el sol te ciegue 
y que el verbo 'sintigo' no sea nunca más 
el que de noche rime este juego de manos, 
mi duelo conmigo.


domingo, 8 de septiembre de 2013

Pinceles por puñaladas cuando subes a mi tren.



Calella, Agosto 2013.

Los trenes siempre sacan un rato para leerme las intenciones, por corto que sea el trayecto de mi casa al olvido. Y yo, fiel al montón de papeles y a esa gruesa portada azul que se mantienen sobre mis piernas, levanto la cabeza en muy contadas ocasiones; el paisaje no esconde nada que no guarden tus lunares. Y así, como involuntario, alzo la vista cuando una sombra te dibuja en otras piernas, otros brazos; un ser que contonea al mundo de un modo parecido al que sostenías mi vida cuando siempre regresabas para dejarme ganar, para enseñarme a perder. Y así atraviesas el pasillo, echándome a un lado, invitándome a un duelo entre tu espalda y el chirriar de mi mirada.

Y luego te das la vuelta, hombre de las mil caras, y me descubro pensándote en mitad de esta lectura en la que te ahogo por querer reencontrarte, por nunca ser tú el que recorre mis venas para llevarme a olvidar toda esta historia de trenes, de tiempo, de cuentos de miedo que me abrazan en tu sofá cuando es el corazón el que te toma el relevo.


Y me llegas por la espalda, otra vez, pinceles por puñaladas y el placer de recaer.

Cercanías, 6 de septiembre.

miércoles, 4 de septiembre de 2013

Cuando eres musa.

‘A veces, él la miraba con los ojos de quien mira a un pájaro que se mueve torpemente por tierra, dando pequeños saltos mientras se prepara para iniciar su vuelo. A algunos, esta forma de vivir les parecía graciosa, ellos ni siquiera habían caído en la cuenta de sus alas.
Pero él no la miraba así, sino más bien con la esperanza y ese pequeño placer de aquellos que creen conocer la esencia de las cosas, seguro de saber que la única razón por la que le cuesta moverse entre nosotros es porque no está hecha para esto, sino para cortar el cielo con sus alas.’

N.



                                                                          
   Cádiz, Septiembre 2013.


Hay días en que las musas no se pasan por mi cama,
entonces, algún loco te convierte en una de ellas,
y no necesitas más que tus propias manos para saber que eres cierta.


Gracias.

viernes, 16 de agosto de 2013

E-tú-acciones.




  Cuenca,Junio 2013.


 A base de despejarme entendiste
que hay incógnitas en el fondo de mis ojos,
que las dudas se despeinan
cuando en torpes movimientos
 se te salen las dos cartas que guardabas en la manga.

Y yo elijo el as de copas,
 que me voy a emborrachar
con el fin de no olvidar
que a tragos largos en tus piernas,
 pesan menos las derrotas.


(Antes de que olvide que una vez lo/te sentí así).

sábado, 10 de agosto de 2013

Amaneceres y desvelos.

Hay amaneceres que se dibujan para verlos desde el coche. Entonces te echas a un lado de la carretera -porque eso sí es un camino, lo nuestro era cielo- apagas el motor y apoyas con fuerza la barbilla en el volante, como esperando una respuesta. La radio no acompaña, a ciertas horas debería haber una programación especial para este tipo de sensaciones. La apagas y cierras con fuerza los ojos. Repasas los penúltimos minutos, las horas, los días e incluso la última semana – y ya caigo en tu error de medir(nos) en tiempo-. 
Es solo un breve repaso, como cuando vas a comprar y sabes que se te olvida algo, no alcanzas a recordarlo y recuerdas el punto exacto donde dejaste la lista de la compra, justo a la entrada de casa, justo al salir de ti. Pagas aun sabiendo que algo echas de menos, es el precio del sentir. Cierras la puerta y rompes a reír, porque llorar duele. Y al parar el coche recuerdas, chocolate. Eso era. Nadie se da la vuelta por volver al pasillo del chocolate, o casi nadie.

Apagas la radio, estás a un lado de la carretera y amanece con trazos suaves, como esperando que seas tú el que venga a pintar con tus manos otro nuevo día.



Lo llaman diez de agosto,

cuando no han amanecido contigo.

domingo, 28 de julio de 2013

Miénteme






Miénteme. 

Hay cientos de maneras de hacerlo.
O de empezar a escribir y no acabar con un 'te estoy echando de menos',
aunque lo sienta, aunque lo siento, pero hoy no puedo.
Hoy solo quiero mentiras de tu boca, 
que vengan piadosas a curarme en la distancia
y no se olviden de jurarme que sobreviviremos a esto,
dejándonos llevar a un mar que aun no vemos.

Vamos,
no me juzgues,
no me jodas,
que te estoy echando de menos.





Domingos, mentiras.

miércoles, 17 de julio de 2013

Puedes, por ser poesía




Puedes ponerte como quieras, pero por favor, no me des la espalda. Puedes decir que nada ha sido como esperabas, o que ya estabas harto de esperar. También puedes, si quieres, desabrochar el nudo que nos une los ombligos, olvidar alimentarnos y dejarme en tu lista de pendientes. Puedes fingir o revolverte contra un hecho. Puedes romperme las manos tras los cuerpos que toqué, atarme a una vida llena de prejuicios, juzgarme con verbos intransigentes o partirme tus canciones sobre el pecho. Puedes dolerte en silencio o claudicar en otras piernas y buscarme de rodillas en cuerpos inertes de versos. Puedes hacer de esto una guerra de palabras y terminar barridos en escombros. Puedes estar ausente y doler como mejor sabes, o puedes rimarme en cobardía con palabras que nos sepan a tristeza. Puedes hacer lo que no hicimos en otras bocas, profanar tu poesía en baratijas de melenas de una noche, poner banderas a las cimas que no vamos a subir o quemarte los dedos en hogueras, contemplando de lejos el espejismo del arder de nuestro incendio.


Puedes, pero no olvides que por ti, un verano se inventó la poesía.

lunes, 15 de julio de 2013

Saltos.

Hay saltos y hostias contra el suelo. O contra la nada, corazones vacíos, amor-no-correspondido que dicen. Son los riesgos que se corren – como el resto de los mortales- cuando saltamos. A veces no llegan a ser acrobacias dignas de merecer un premio, únicamente nos subimos a la azotea, damos un paso en falso y caemos. Como cuando suena esa canción que te hace sonreír involuntariamente y la camarera te mira pensando que eres un jodido trovador, ansioso por captar su atención. Y no, es esa banda sonora que puso ritmo a un momento de tu vida que creías haber olvidado. Y ahora escuece.

Hay saltos desde varios metros de altura, tropiezos o impulsos hacia un cuerpo, que inexplicablemente si terminan en golpe, durante el trayecto quizás se te haya desprovisto de alas. Es más, te han enganchado al móvil, a la emisora de radio que te acompaña durante los kilómetros que os separan o a esa típica comida tailandesa que tanto le gustaba. Consecuencias de colgar el corazón en la puerta.


Son el camino a la perdición de unos ojos, a unas piernas suaves y a una sonrisa que es capaz de curar hasta al más triste, que luego resultas ser tú cuando se os acaban las fuerzas. Y en ese momento no hay gesto que sepa sanar el daño, por mucha magia que quiera guardar entre las comisuras. Ese es el golpe, con cinco letras, como las que una vez llevó su nombre cuando te ponías tonto y era todo cielo.

Y recurres a lo que mejor sabes, aunque tu cuerpo repela esa sensación y los domingos de resaca. Te apoyas en la barra y bañas en sudor a la rubita que se esconde detrás de esa gruesa tabla de madera – porque siempre has sido de tabernas irlandesas, que misteriosamente eran sus favoritas- , y otra copa, porque a esta invita el destino, que es la segunda vez que se burla de ti a tus ‘veintimuchos’. Cuentas los golpes con los dedos de la mano mientras notas que te faltan partes del cuerpo, muebles en casa y libros en la única estantería que había dejado ella para tus cosas en el salón, decorado a “vuestro gusto”.

Son los golpes del amor, el choque de miradas y el descubrir que a ambos os apasiona el cine; o el estallido de tu vaso contra el suelo, después de que dijese que durante las vacaciones, apenas te había echado de menos. Y lo que esto conlleva, cerraduras y pasos de hoja a aquel libro que habíais subrayado juntos.




Y tú te calzas otra armadura, que ya le tocará a un tercer golpe, a otro flechazo, a un amor que no acabe en septiembre desabrocharte la vida con la timidez de una quinceañera. Pero hasta entonces, te armas de valor y vuelves a esa taberna irlandesa, donde alrededor de las tres de la madrugada, mientras la rubia de detrás de la barra te sirve el sexto gin tonic, sonará esa canción. Y correrás al baño, haciéndote creer que nada es verdad y que estás vomitando recuerdos, aunque te sepan a comida tailandesa.

domingo, 14 de julio de 2013

Otras maneras de vernos el mundo






Apenas tengo un par de cosas. 
Y luego, te tengo a ti. 
Tengo calor de recordarte 
y sed de beberme los recuerdos de una copa rota; 
son estas ganas de no mojarme los labios con nada que no sean tus besos.

 Y luego, te tengo a ti, 
que te vienes como si nada, 
como si todo,
 como cuando estás a punto de caer y se para el tiempo, 
y entonces, aparecen tus manos detalladas por algún guionista 
y los espectadores saben de sobra que nos terminaremos comiendo las perdices

 
Te tengo a medias, 
colgado del espejo en tonos azules,
 porque así eres de cielo.
 Te cargo en la yema de los dedos
 y pierdo los modales haciendo todo lo que detesta mi madre en la mesa
 -o en la cama-.

Te tengo en silencio y a gritos, 
a ratos, 
en treguas,
 movimientos que dan vueltas en círculos 
y caminos que pasan por Roma para perderse en tus costillas. 

Tengo la rebeldía de mi mundo entre tus piernas, 
primera fila y entrada libre,
 un cine al que asomarse en tus pupilas.

 Tengo caricias que estallan cuando vuelves 
y abrazos que se mueren por volver. 
Tengo esa cara que nos gusta practicada desde anoche,
 y tú, esa risa pasajera cura-locos que envenena a su paso.
 Y sigues andándome las venas. 

Tengo camas desfloradas 
y margaritas con los pétalos impares, 
empezando por querernos. 

Tengo todo lo que no lleve prisa,
 fuego lento para hacerte de este tiempo mil sonrisas.


Tengo lo que no está escrito.
Tengo sed,
te tengo a ti de esta manera tan mía.