domingo, 27 de octubre de 2013

'La casa Azul'




Son alrededor de las cinco de la tarde. En el bar, la música suena a un volumen tranquilo, con el que se caracteriza esta hora. El camarero, mientras sostiene un trapo sucio en la mano, con la otra gesticula al otro lado de la barra, hablando con un cincuentón lloroso que apoya sus penas en ella.

En la mesa más próxima al llanto, dos señoras mantienen una agitada conversación subida de tono -ya he dicho que el volumen a estas horas debe ser acorde a las cinco de la tarde, y a éste, le sobran cincuenta decibelios por persona-. Podría decirles sobre qué trata la disputa, pero perderían la fe en la mujer como valiente portadora de la feminidad en el lenguaje, y otros modos.

En la mesa de la ventana está Luis, siempre está Luis. Nunca se ha presentado como tal a nadie, pero los asiduos a esa tasca saben que aquel rincón junto a la ventana es de Luis,  nadie osaría jamás quitarle su trocito de luz, su pedacito de calle.  Es un amable hombre canoso y desaliñado que cada tarde baja a tomar café. Hay días en los que el café parece crecer en su taza, alargando su estancia hasta que se cierra La casa Azul, el jodido bar de mi calle.

Y luego estoy yo, que ni siquiera he pasado por casa después del trabajo. No acostumbro a frecuentar un bar sola, siempre he creído que se debe tener mucha pena para enfrentarte a las miradas de los allí presentes, al juicio previo de todos y cada uno de los que menean sin fuerza la cucharilla del café, que alargan el brazo para pedir otra cerveza o que lloran delante de una copa de vino. El caso es que hoy no he avisado a Carlos de que no volvería a casa a comer con él; ambos salimos a las tres de nuestros respectivos trabajos y nos esperamos para contarnos cómo ha ido la mañana, sus proyectos, mis niños. Todo, mirándonos frente a frente delante de un plato de comida recalentada.

Soy Sara, he venido al jodido bar de mi calle porque no quiero llegar a casa, no es que me esconda de mi propia realidad, pero desde La casa Azul se ve todo con cierta distorsión que me resulta atractiva, lo que ya ni siquiera me resulta Carlos. Llevo un día de mierda al que ya no sé cómo mirar y sólo son las cinco. No tengo hambre y sería capaz de deambular toda la tarde con tal de alargar el cuestionario de preguntas que tendré que responder para argumentar mi ausencia al abrir la puerta. Hoy es un martes de mierda, pero el café me calienta las manos y pesa menos todo esto. Hoy cumplo todos los requisitos para que me cataloguéis  de la peor mujer del mundo: no sé lo que quiero, no sé qué me pasa y no tengo la más mínima intención de adivinarlo. Carlos, en días como hoy, siempre encuentra la manera más rápida de sacarme de mis casillas, por eso sigo aquí.

A veces, creo que no estoy enamorada y lo sé porque una vez lo estuve. Vivía sola, llegaba de clase derrotada, con la carpeta llena de dibujos, ejercicios por corregir. Una cálida voz me esperaba al teléfono para darme las buenas noches. Era Carlos, el mismo, pero unos meses antes, cuando aún no habíamos tomado la decisión de vivir juntos. Ahora parece que rehúyo de sus besos y duele no tener una explicación lógica para este comportamiento, pero juro que no soy la peor mujer de mundo. Me faltan un par de cafés, quizás.

martes, 22 de octubre de 2013

Pasos y pasos.




Tus labios arrastran un tono rosa tenue, como queriendo pasar desapercibidos a los míos, y no. Acabas de doblar la calle y una guerra de miradas incendia el semáforo en rojo, que no tiene pensado tornar al color de tus ojos hasta que nos maten las ganas de morir atropelladas. Tienes las piernas kilométricas y resulta imposible esconderlas tras esa fina tela, que las acompaña y arropa sigilosamente hasta los pies, únicamente cubiertos por unas planas sandalias azul- miedo. Esperas en la línea del horizonte que crea mi mirada al contacto con tu cuerpo, mis ojos a tu altura deben ser mero desierto; tú tan ave. Tú, tan verdes, tan salvajes.

No apartas la vista mientras el resto de peatones enviste la carretera, y yo, involuntariamente, con ellos. Me llega tu olor y te pierdo cuando me roza el frío que deja tu espalda. 

Me vuelvo -y joder, qué piernas-

Continúo la calle, que ahora llega a su límite, igual que el día, desde que tú, desconocida, le has puesto fin.

viernes, 18 de octubre de 2013

Lucía.







Y allí estaba, abandonada a otros labios de alquiler sin compromiso de venta. Carmín rojo, escote roto. Por su cama veía pasar huéspedes con la facilidad de quien recuerda en momentos de flaqueza a un primer amor. 'Cuarentaitantos' daños cosidos de whiskey seco. Un piso derrumbado en los brazos del cabrón al que amó, un techo de golpes e insultos, paredes que dan a la calle, porque eso son, muros de bullicio que no abrigan. Sucias aceras grises, saliva ajena en los resquicios infectados de jeringuillas por donde pisa, venas que se rompen al recordar el cariño que no le dieron por ser quien era, por decorar esa esquina de ' te quieros' que nadie quiso, por ser puta de mirada negra y piel manchada.

Ella es Lucía.
Y ella, cada día, se apaga.

martes, 15 de octubre de 2013

La breve historia de lo prohibido.



Sus pupilas hambrientas, entonces, se posaron en mis labios. Involuntariamente me llevé la cerveza a la boca, y sin querer, mis dientes chocaron contra el fino cristal antes de dar el sorbo. Hacía ya un rato que mi mente apoyaba las dudas en el botón superior de su ajustada camiseta negra. Informal y deseable en un mismo cuerpo. En su boca, un cigarro encendido, en aquel bar lo único prohibido era enamorarse. Inspiré su humo mientras él tarareaba una canción en inglés y me contaba los detalles de su último día en el trabajo. De vez en cuando, yo levantaba la vista y me encontraba con sus ojos inocentes, muertos de mar y risa, agua fría donde mojarse y salpicar felicidad  a ambos lados de sus comisuras. No sé, en el fondo no se estaba tan mal, era lluvia, era inmensidad.


Parecía fácil, lo único prohibido era enamorarse. 

sábado, 5 de octubre de 2013

El par de patos que se escaparon del Central Park para amarrarse a mi espalda.




Esto no es más que una carta de agradecimiento y voy a pediros perdón, adelantándome a la extensión que puede que tenga, jamás os pediría perdón por los bailes.

En primer lugar, Octubre (con mayúsculas) me llena de tinta y no tengo más remedio que seguir escribiendo, pero hace un par de noches me hice la 'incumplible' promesa de aprender a escribir a quien lo merezca, y esto es una bonita manera de empezar.

Muchas, de corazón, muchas gracias a todas las personas que ayer compartieron un rato conmigo, quién dice rato, dice una cerveza, una llamada, una copa de vino, café, risas, besos, pasteles y sobre todo, mucho chocolate. Gracias a los que dejaron cinco minutos al mundo para dedicarme unas palabras, y a los que no, porque hay vendas que no dejan ver los carteles luminosos, pero gracias igualmente, porque para aprender a mirar las flores, tienes que aprender a valorar a esas piedras del camino, con las que tropezaste, caíste y ahora forman parte del suelo que pisas, haciéndote aún más fuerte. Gracias por cada carta, por cada grabación, por cada vídeo, por cada foto, por cada versión actual del mensaje y por el mensaje en sí, que de esos quedamos pocos. Gracias por las visitas, por los detalles y por los abrazos.

Pero no todo acaba aquí, porque en el ‘día internacional de la sonrisa’ (que qué bien me viene para darle las gracias a mis padres por este irreparable don) también hubo lágrimas, de las que me salen a mí con aquello que no se ve, que no se toca. Me gustaría con esto agradecer, uno a uno, como ellos lo han hecho, a todos lo que han participado para robarme las palabras, y mira que eso es difícil; prometo grabar un vídeo para que logréis sentir, aunque sea, una mínima parte del cielo que me hacéis rozar al veros.

Gracias a Emi por romper el hielo, por la banda sonora y por cada detalle. Gracias al rey de los Pokemon por enseñarme a ser niña. Gracias Bea porque por ser lo que somos, nos sobran las palabras. Gracias Nico, porque eres mi ‘ene’, un pilar que me emborracha y sostiene la vida. Gracias Alberto por enseñarme a reirme de la vida. Gracias Estefa, porque me das ganas de vivir. Gracias a la pareja, Nuria y Jefrin, porque vuestros detalles marcan la diferencia. Gracias María porque cada rato contigo se hace indispensable. Gracias a la pequeña, porque en la primera toma ha conseguido que quiera comérmela a besos. Gracias Pablo por enseñarme a tocar y hacer que se corra la risa. Gracias Burgos, porque ‘lo bueno si breve’ cala hondo. Gracias Chulo, porque me acoges y nos sobra Granada para querernos, y a tu amigo, gracias. Gracias Vero, porque a la decimoquinta, te quiero más. Gracias Sara por pintarme los días y hacerme más gata. Gracias Suave por marcar el ritmo y mis pasos. Gracias Marina porque la poesía a tu lado tiene mi color favorito, color atardecer. Gracias Fabio, porque la distancia no es tanta si sigues sonriendo. Gracias Almi, Rocío, Mari y Reve, porque sin vosotras, pretender educar sería caer en la cuenta de los imposibles. Gracias Naza, porque compartimos el amor a los más agradecidos. Gracias Dani, porque cuando estás tú, todas las canciones me encantan. Gracias Negro, porque escribiendo no dejas de sonreir. Gracias a los Negros, por nunca desaparecer. Gracias Pablo por tu acento y esa manera tan tuya de comerse la vergüenza. Gracias Troya por cada abrazo, porque con una palabra inventada arreglas mi cielo. Gracias Ainhoa por hacer que mueva mis caderas cuando todo va mal. Gracias a Paula por hacer que tenga tantas ganas de conocerte y por este precioso vídeo.


Gracias a todos, sois grandes, y yo a vuestro lado.