domingo, 28 de julio de 2013

Miénteme






Miénteme. 

Hay cientos de maneras de hacerlo.
O de empezar a escribir y no acabar con un 'te estoy echando de menos',
aunque lo sienta, aunque lo siento, pero hoy no puedo.
Hoy solo quiero mentiras de tu boca, 
que vengan piadosas a curarme en la distancia
y no se olviden de jurarme que sobreviviremos a esto,
dejándonos llevar a un mar que aun no vemos.

Vamos,
no me juzgues,
no me jodas,
que te estoy echando de menos.





Domingos, mentiras.

miércoles, 17 de julio de 2013

Puedes, por ser poesía




Puedes ponerte como quieras, pero por favor, no me des la espalda. Puedes decir que nada ha sido como esperabas, o que ya estabas harto de esperar. También puedes, si quieres, desabrochar el nudo que nos une los ombligos, olvidar alimentarnos y dejarme en tu lista de pendientes. Puedes fingir o revolverte contra un hecho. Puedes romperme las manos tras los cuerpos que toqué, atarme a una vida llena de prejuicios, juzgarme con verbos intransigentes o partirme tus canciones sobre el pecho. Puedes dolerte en silencio o claudicar en otras piernas y buscarme de rodillas en cuerpos inertes de versos. Puedes hacer de esto una guerra de palabras y terminar barridos en escombros. Puedes estar ausente y doler como mejor sabes, o puedes rimarme en cobardía con palabras que nos sepan a tristeza. Puedes hacer lo que no hicimos en otras bocas, profanar tu poesía en baratijas de melenas de una noche, poner banderas a las cimas que no vamos a subir o quemarte los dedos en hogueras, contemplando de lejos el espejismo del arder de nuestro incendio.


Puedes, pero no olvides que por ti, un verano se inventó la poesía.

lunes, 15 de julio de 2013

Saltos.

Hay saltos y hostias contra el suelo. O contra la nada, corazones vacíos, amor-no-correspondido que dicen. Son los riesgos que se corren – como el resto de los mortales- cuando saltamos. A veces no llegan a ser acrobacias dignas de merecer un premio, únicamente nos subimos a la azotea, damos un paso en falso y caemos. Como cuando suena esa canción que te hace sonreír involuntariamente y la camarera te mira pensando que eres un jodido trovador, ansioso por captar su atención. Y no, es esa banda sonora que puso ritmo a un momento de tu vida que creías haber olvidado. Y ahora escuece.

Hay saltos desde varios metros de altura, tropiezos o impulsos hacia un cuerpo, que inexplicablemente si terminan en golpe, durante el trayecto quizás se te haya desprovisto de alas. Es más, te han enganchado al móvil, a la emisora de radio que te acompaña durante los kilómetros que os separan o a esa típica comida tailandesa que tanto le gustaba. Consecuencias de colgar el corazón en la puerta.


Son el camino a la perdición de unos ojos, a unas piernas suaves y a una sonrisa que es capaz de curar hasta al más triste, que luego resultas ser tú cuando se os acaban las fuerzas. Y en ese momento no hay gesto que sepa sanar el daño, por mucha magia que quiera guardar entre las comisuras. Ese es el golpe, con cinco letras, como las que una vez llevó su nombre cuando te ponías tonto y era todo cielo.

Y recurres a lo que mejor sabes, aunque tu cuerpo repela esa sensación y los domingos de resaca. Te apoyas en la barra y bañas en sudor a la rubita que se esconde detrás de esa gruesa tabla de madera – porque siempre has sido de tabernas irlandesas, que misteriosamente eran sus favoritas- , y otra copa, porque a esta invita el destino, que es la segunda vez que se burla de ti a tus ‘veintimuchos’. Cuentas los golpes con los dedos de la mano mientras notas que te faltan partes del cuerpo, muebles en casa y libros en la única estantería que había dejado ella para tus cosas en el salón, decorado a “vuestro gusto”.

Son los golpes del amor, el choque de miradas y el descubrir que a ambos os apasiona el cine; o el estallido de tu vaso contra el suelo, después de que dijese que durante las vacaciones, apenas te había echado de menos. Y lo que esto conlleva, cerraduras y pasos de hoja a aquel libro que habíais subrayado juntos.




Y tú te calzas otra armadura, que ya le tocará a un tercer golpe, a otro flechazo, a un amor que no acabe en septiembre desabrocharte la vida con la timidez de una quinceañera. Pero hasta entonces, te armas de valor y vuelves a esa taberna irlandesa, donde alrededor de las tres de la madrugada, mientras la rubia de detrás de la barra te sirve el sexto gin tonic, sonará esa canción. Y correrás al baño, haciéndote creer que nada es verdad y que estás vomitando recuerdos, aunque te sepan a comida tailandesa.

domingo, 14 de julio de 2013

Otras maneras de vernos el mundo






Apenas tengo un par de cosas. 
Y luego, te tengo a ti. 
Tengo calor de recordarte 
y sed de beberme los recuerdos de una copa rota; 
son estas ganas de no mojarme los labios con nada que no sean tus besos.

 Y luego, te tengo a ti, 
que te vienes como si nada, 
como si todo,
 como cuando estás a punto de caer y se para el tiempo, 
y entonces, aparecen tus manos detalladas por algún guionista 
y los espectadores saben de sobra que nos terminaremos comiendo las perdices

 
Te tengo a medias, 
colgado del espejo en tonos azules,
 porque así eres de cielo.
 Te cargo en la yema de los dedos
 y pierdo los modales haciendo todo lo que detesta mi madre en la mesa
 -o en la cama-.

Te tengo en silencio y a gritos, 
a ratos, 
en treguas,
 movimientos que dan vueltas en círculos 
y caminos que pasan por Roma para perderse en tus costillas. 

Tengo la rebeldía de mi mundo entre tus piernas, 
primera fila y entrada libre,
 un cine al que asomarse en tus pupilas.

 Tengo caricias que estallan cuando vuelves 
y abrazos que se mueren por volver. 
Tengo esa cara que nos gusta practicada desde anoche,
 y tú, esa risa pasajera cura-locos que envenena a su paso.
 Y sigues andándome las venas. 

Tengo camas desfloradas 
y margaritas con los pétalos impares, 
empezando por querernos. 

Tengo todo lo que no lleve prisa,
 fuego lento para hacerte de este tiempo mil sonrisas.


Tengo lo que no está escrito.
Tengo sed,
te tengo a ti de esta manera tan mía.

lunes, 8 de julio de 2013

Autovía del Sur.








A cuatro casualidades de aquí, pasando por sus costillas, crece la magia. Y hazte así, que te enamoras.  A cuatro poemas de amor les falta un estribillo para ser canción, que puede que esta vez cantes, pero columpiándote en otros labios. Y así ‘contigoamente’. A cuatro estaciones, el mar vacía el puerto de soledades, para romper manos con olas cargadas de ciendedos. La luna nueva olvida -por llevar años fumándote- controlar las mareas de besos, que amantes sin permiso regalan a otras bocas. La sacas a bailar y apaga el cielo de miedos.  A cuatro centímetros del suelo, los complejos se reflejan en un muro de hormigón, el cual te encargas de armar y desarmar a golpe de cadera. A cuatro pasos de cangrejo te recuerdo sin permiso. Y joder, siempre vuelves. A cuatro minutos de la despedida, ya me estoy rasgando en mil, porque en el agua peso menos y me (re)parto, por si te pierdes durante estos trescientos sesentaitantos días sin versos.







Madrid, todas las direcciones.