Me fascina la energía con la que Víctor sube las escaleras.
Es normal, tiene siete años. Me lo dijo hace un par de días cuando coincidimos
por primera vez en el autobús. No dudó un instante en sentarse en el asiento
contiguo que yo ocupaba involuntariamente con mi abrigo y el bolso lleno de
libros.
Me llamo Víctor y vengo del cole, es la primera vez que
vuelvo solo a casa, pero no me da miedo porque tengo siete años.
¿Y tú, cómo te llamas?
Levanté la vista de la lectura y me encontré una bonita sonrisa
que esperaba una respuesta. Le hice un hueco, venía sudando y jugueteaba con el ticket del billete que el conductor le había dado. Se acomodó mientras me contaba que se había pasado todo el
recreo recogiendo hojas secas de los alrededores, con las que a última hora
habían comenzado un mural ‘super-enorme’ en la pared. Llevaba en la mano seis
hojas, su número favorito, en un pequeño ramo, algunas en peor estado por el
transcurso del día. Quería regalárselas a su madre cuando volviese, me
confesó que las iba a guardar hasta Agosto, para que ella las viese al llegar del
trabajo. Hablaba del tiempo con la felicidad que da saber que todo
llegará.
Al llegar a su parada, me prometió que iría por la acera.
Si mañana voy al cole, espérame en este asiento, tengo muchas cosas que contarte.
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