lunes, 29 de septiembre de 2014

Tú, tú, ¿quién soy?


Hay vidas que se me cruzan 
y besos que se atragantan 
en cualquier lugar 
del mundo.



Me conozco tanto 
que a veces me olvido. 
Otras, no me reconozco,
y esas,
esas son las mejores. 

Porque tú sonríes
con la misma boca
que me trae
a lo que soy. 
Y yo entro en el juego,
y me busco.

Bajo la vista
y me devuelves
tus ojos de boca,
es decir,
llenos de sexo. 

Que me alientan 
como si fuesen boca. 
Que me saben
como si fuesen,
boca.

Que me sirven de espejo,
como el fondo
de tu boca
donde tú me buscas a mí. 
Y me traes contigo. 

Y así,
te abres camino 
a las heridas del pecho 
(que son las más difíciles)
por el camino más fácil. 

Pero todavía,
algunas veces,
no me reconozco
y te sujeto fuerte 
para no caerme,
o al revés. 

Y me devuelves la caída, 
aunque ambos estamos
ya en el suelo. 
Y me sujetas para caernos
y que nos duela el placer.

Porque me miras 
con esos ojos de 
boca que coge aire, 
con esa lengua de mar, 
con esos dientes de prisa. 

Me muerdes 
como si fueses boca, 
como me besas, 
como me bebes. 
Cómo me tocas 
(exclamación a esto último). 

Me sabes 
a lo que sabe tu boca 
después de enseñarme 
lo que soy.
Por el lujo
de encontrarme
y mostrármelo.

Y sonríes, 
como cuando se me olvido. 
Como sé mi olvido 
y recuérdame qué somos. 
Que somos.

Y entiende que por eso,
porque me conozco demasiado,
a veces tengo que olvidarme.


Anda, vente y recuérdame quién soy.

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