Anda, tráete ya,
que te voy a soltar
un par de rosas
(rojas, claro).
No te lo tomes a mar
si esperas que no escueza
cuando te
hablen de mí.
En defensa propia
me estoy dejando querer,
que ya es bastante.
No
esperes que te desespere
no ahora,
después de abrirme
la salida de emergencia
que da a los restos (coge aire)
de tu vida.
Que me voy
por la puerta grande,
alejándome
de los
estúpidos cánones de belleza
que rigen tu teoría (coge aire por los dos)
del derrumbamiento.
Esto no es un
adiós,
es sólo hasta que el olvido se olvide.
De recordarnos.
Que por qué nosotros
y no el
resto.
Que no es justo utilizar
el mismo verbo para huir
que para pedirle a
alguien
que se quede.
Te dejo de nostalgias,
de historias,
e incluso, de llamarte,
lo prometo.
Me dejo de cuentos,
de heridas,
de poemas a tu manera de hacerlo
todo
con más amor del que te crees que lo hacías.
Que te vayas,
que te vayas
bien,
cerrando mi espalda a tu paso
con un nudo que sólo tú
sabrías volver a
deshacer,
y que lo olvides (por pavor).
Que me vaya,
que me vaya bien
a tu paso por
cualquier otra (aguanta, que sigo)
maldita espalda
que me recuerde
que una vez fuimos,
sin querer,
todo lo que al mundo
le sigue dando miedo ser.
(Aunque a ti tambíén te diese, valiente).
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