Al sol duele menos
cualquier mañana de
noviembre.
a la altura de las circunstancias
cuando le apriete el cansancio
y yo aún no quiera irme a dormir.
Que me resulta difícil imaginarle
vacío de tanto sexo
cuando sólo son las seis.
Que a lo mejor no sabrá
qué cara poner cuando me abrace
a su entrepierna por debajo de la mesa
y debamos mantener la compostura
ante el resto.
Que quizás tiemble
ante una mezcla de escorpiones
y cometas al hacer la maleta
para dejarnos
en cualquier estación.
Que tal vez no va a saber qué contestar
cuando le diga que qué le parece
esto que escribo, o en el peor de los casos,
que lo mismo no me entiende
cuando me eche a llorar tras un poema.
Que a lo mejor es de los que mantiene
la mirada fija, retirada del escenario,
porque lucha por contener las lágrimas
cuando sabe que estoy hablando de él.
Que quizás tampoco conoce Lisboa,
o probablemente no le guste la comida tailandesa,
o no sepa bailar salsa.
Que lo mismo le da a él más miedo que a mí
la falta de equilibrio, lo de mis tobillos
y andar cogidos de la mano.
Que tal vez preferiría a alguien
que no cayese en domingo,
pero es que yo ya no tengo remedio.
Que a lo mejor no conoce de memoria
el camino de vuelta a un abrazo,
o uno de Salinas, o el mapa de la vida;
pero besa mis delirios,
se acurruca junto a mí cuando hace frío,
me borra los esquemas
y se queda a verme bailar
hasta que se corre el telón.
Por eso y por muchas más cosas.
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