domingo, 3 de marzo de 2013

Cerrar(te) historias


Cuando cierras un libro, de esos de los que has tardado un tiempo en leer porque cada frase te incitaba a escribir al margen un trocito de tu historia, se para el tiempo durante el último párrafo, y tú relees, suena a despedida, de esas de las que escuecen, y vuelves a leer, asimilas cada palabra, e incluso antes de terminarlo, levantas la mirada y palpas su grosor, vuelve el olor que ha dejado las noches que te ha acompañado antes de dormir y recuerdas las frases que han marcado ese tiempo de lectura. Continúas, a ratos te eleva al cielo, pero las últimas palabras caen por su propio peso. Y lo cierras, y dejas escapar cuatro lágrimas, ni más ni menos, porque ya se sabe, porque ya se escuece.


Y piensas en lo mucho, ¡qué coño! en lo bonito que se escribe cuando se tiene la más mínima ilusión, porque sabes que al llegar a casa, te va a estar esperando ahí, en formato “léeme” y “déjame que te cubra de buenas noches”.


(A ti, que te ha venido grande la realidad de tu ficción, que has sido musa, y que has sido araña. Ojalá todo el mundo tuviese la oportunidad de sentirse el protagonista de una absurda e inventada historia de dos. Ojalá lo leas.)

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