A cuatro casualidades de aquí, pasando por sus costillas, crece la magia. Y hazte así, que te enamoras. A cuatro poemas de amor les falta un estribillo para ser canción, que puede que esta vez cantes, pero columpiándote en otros labios. Y así ‘contigoamente’. A cuatro estaciones, el mar vacía el puerto de soledades, para romper manos con olas cargadas de ciendedos. La luna nueva olvida -por llevar años fumándote- controlar las mareas de besos, que amantes sin permiso regalan a otras bocas. La sacas a bailar y apaga el cielo de miedos. A cuatro centímetros del suelo, los complejos se reflejan en un muro de hormigón, el cual te encargas de armar y desarmar a golpe de cadera. A cuatro pasos de cangrejo te recuerdo sin permiso. Y joder, siempre vuelves. A cuatro minutos de la despedida, ya me estoy rasgando en mil, porque en el agua peso menos y me (re)parto, por si te pierdes durante estos trescientos sesentaitantos días sin versos.
Madrid, todas las direcciones.
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