Puedes ponerte como quieras, pero por favor, no me des la
espalda. Puedes decir que nada ha sido como esperabas, o que ya estabas harto
de esperar. También puedes, si quieres, desabrochar el nudo que nos une los
ombligos, olvidar alimentarnos y dejarme en tu lista de pendientes. Puedes
fingir o revolverte contra un hecho. Puedes romperme las manos tras los cuerpos
que toqué, atarme a una vida llena de prejuicios, juzgarme con verbos
intransigentes o partirme tus canciones sobre el pecho. Puedes dolerte en
silencio o claudicar en otras piernas y buscarme de rodillas en cuerpos inertes
de versos. Puedes hacer de esto una guerra de palabras y terminar barridos en
escombros. Puedes estar ausente y doler como mejor sabes, o puedes rimarme en
cobardía con palabras que nos sepan a tristeza. Puedes hacer lo que no hicimos
en otras bocas, profanar tu poesía en baratijas de melenas de una noche, poner
banderas a las cimas que no vamos a subir o quemarte los dedos en hogueras,
contemplando de lejos el espejismo del arder de nuestro incendio.
Puedes, pero no olvides que por ti, un verano se inventó la
poesía.
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