Apenas tengo un par de cosas.
Y luego, te tengo a ti.
Tengo calor de recordarte
y sed de beberme los recuerdos de una copa rota;
son estas ganas de no mojarme los labios con nada que no sean tus besos.
Y luego, te tengo a ti,
que te vienes como si nada,
como si todo,
como cuando estás a punto de caer y se para el tiempo,
y entonces, aparecen tus manos detalladas por algún guionista
y los espectadores saben de sobra que nos terminaremos comiendo las perdices.
Te tengo a medias,
colgado del espejo en tonos azules,
porque así eres de cielo.
Te cargo en la yema de los dedos
y pierdo los modales haciendo todo lo que detesta mi madre en la mesa
-o en la cama-.
Te tengo en silencio y a gritos,
a ratos,
en treguas,
movimientos que dan vueltas en círculos
y caminos que pasan por Roma para perderse en tus costillas.
Tengo la rebeldía de mi mundo entre tus piernas,
primera fila y entrada libre,
un cine al que asomarse en tus pupilas.
Tengo caricias que estallan cuando vuelves
y abrazos que se mueren por volver.
Tengo esa cara que nos gusta practicada desde anoche,
y tú, esa risa pasajera cura-locos que envenena a su paso.
Y sigues andándome las venas.
Tengo camas desfloradas
y margaritas con los pétalos impares,
empezando por querernos.
Tengo todo lo que no lleve prisa,
fuego lento para hacerte de este tiempo mil sonrisas.
Tengo lo que no está escrito.
Tengo sed,
te tengo a ti de esta manera tan mía.
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