martes, 15 de octubre de 2013

La breve historia de lo prohibido.



Sus pupilas hambrientas, entonces, se posaron en mis labios. Involuntariamente me llevé la cerveza a la boca, y sin querer, mis dientes chocaron contra el fino cristal antes de dar el sorbo. Hacía ya un rato que mi mente apoyaba las dudas en el botón superior de su ajustada camiseta negra. Informal y deseable en un mismo cuerpo. En su boca, un cigarro encendido, en aquel bar lo único prohibido era enamorarse. Inspiré su humo mientras él tarareaba una canción en inglés y me contaba los detalles de su último día en el trabajo. De vez en cuando, yo levantaba la vista y me encontraba con sus ojos inocentes, muertos de mar y risa, agua fría donde mojarse y salpicar felicidad  a ambos lados de sus comisuras. No sé, en el fondo no se estaba tan mal, era lluvia, era inmensidad.


Parecía fácil, lo único prohibido era enamorarse. 

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