En plena huída.
Aeropuerto de Bruselas
Me abrió la puerta apartando al perro. Estaba a medio
vestir. Llevaba unas braguitas negras que no terminaban de verse cubiertas por
la amplia camiseta gris de tirantes, que sí dejaba entrever sus diminutos
pechos. Seguro que en mitad de tanta tristeza no habría reparado en la idea de
que yo acababa de entrar, olvidando, así, el sujetador en algún rincón de la
casa. No hizo amago de taparse y yo tampoco me atreví a abrazar aquella desnudez a
la que no me tenía acostumbrado. Ella siempre se decía así en la soledad.
Tenía los ojos
llorosos y el pelo enredado en una trenza a medio hacer. Apenas me había
llamado con lágrimas en la boca hacía una hora, y yo, ya estaba allí, plantado en
aquel pasillo vacío de muebles. Sostenía un porro en una mano y en la otra la
poca cordura que le puede quedar a alguien en estos casos.
Respeté su silencio en el sofá. Así nos entendíamos. Sólo
cuando ella empezó a hablarme de aquel hijo de puta le brindé mi áspera ternura
apartándole el pelo de la cara, como solía hacer mi madre conmigo.
Se sorbía los mocos con la habilidad de una quinceañera
desolada. Negaba con la cabeza constantemente. Aspiraba el humo de la manera
más sensual que os podáis imaginar, y mira que había visto a mujeres fumar.
Estaba guapa hasta en ese estado.
¿Qué cabrón podría dejar pasar a esa mujer?- pensé.
Me lo había preguntado desde que la conocí en mitad de Gran
Vía. Estaba tan perdida con ese acento del norte y aquella enorme maleta
buscando qué sé yo qué en mitad de tanta gente, que me ofrecí a ayudarla.
Buscaba un hotel a media hora de allí, a un hombre que
también andaría a esa distancia. Estaba irremediablemente enamorada cuando subió a mi coche por primera y única vez. Creo que yo también. Y ahora
estaba rota. Rota por ese mismo tío.
Desde esa vez nos habíamos visto cuatro veces, contando con ésta.
Una por casualidad. Las otras dos, por motivos que no me voy a parar a
explicar.
Pero ahí estaba yo, en su casa, sosteniéndole el pelo. Mimando a aquella frágil mujer que había querido ciegamente a algún idiota que
no es capaz de recogerla en un aeropuerto.
Mojándome las manos con las lágrimas de una mujer que nunca se fijaría en un tipo como yo.
Mojándome las manos con las lágrimas de una mujer que nunca se fijaría en un tipo como yo.
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