martes, 21 de mayo de 2013

Delirios de grandeza.


La vida implica decisiones, y éstas, consecuencias. Positivas y negativas, como hasta el más inocente “piedra, papel o tijera” de una noche de jueves.

‘La vida da las vueltas que tú le quieras dar’- le explicaba a un amigo hace días mientras removía el café. La vida te lleva por un enrevesado camino, aunque eso sí, cada uno lo decora a su manera. Te puedes poner como quieras, que ella va a hacer lo que le plazca contigo. De ti depende ver el vaso de una manera u otra, aunque sabes que después de brindar, hay que beberlo de un trago. Y luego, la siguiente ronda y dejamos de verlo.


                        



No pondré ni nombres, ni fechas. Cualquier parecido con vuestra sonrisa es mérito única y exclusivamente vuestro. Cojan asiento que empieza el vuelo.

El despegue me llevó a reconstruirme, porque desde abajo duele menos la caía, y para ello conté con un corazón que invitaba a quedarse a dormir, era cómodo y sincero, sin grandes lujos y a varios kilómetros, con grandes vicios y que quise en todo momento lo mejor que pude, a medio pulmón. Él sabe que le estoy recompensando con creces a día de hoy, porque lo de casarnos en el bar de la esquinita es algo que solo se hace una vez en la vida, elijas la versión que elijas.
                               





Estaba viendo el mundo desde otra perspectiva, a la misma altura de ciento sesenta y nueve peldaños en la que llevo un par de años, pero mirando a otro horizonte, quizás al mar. El dinero se iba y venía en viajes, en cervezas, en dejarme la vida en la carretera y en vivir del aire (aunque todas esas manías las mantengo). No escatimaba en felicidad, la servían con un par de hielos fuese donde fuese. Y a mí, me calmaba la sed.

La playa emitía mensajes subliminales, y casi con los apuntes incendiados, partí a mojarme. Lo recuerdo como si fuese ayer, aunque no sepáis cuando fue porque la omisión de fechas está permitida en lo que uno quiera, menos el día de inicio del primer amor (que se olvida si se quiere).
El Mediterráneo incitaba con guiños desde primera hora de la mañana, que aunque solían pegarse las sábanas, me levantaba cantando y me sobraban sonrisas que regalar mientras desayunábamos. Poner banda sonora a un corazón en reconstrucción no era fácil, pero ellas lo consiguieron invitándome a bailar. El gin-tonic me terminaría echando de menos, tantas noches no caben en un cuento.

El siguiente vuelo fue en un abrir y cerrar de ojos. El sur me daba miedo, juro que fue una decisión de última hora, cogí la maleta y nos plantamos en su costa. Era un reto. Otro más que superar. Una misión que traía el acento de una tierra a la que había amado. Pero no me pude resistir a esas ganas de vivir que me llamaban cada noche entre risas para contarme lo que era aquello. Que me esperaban. Y con lo puesto, me fui.






Y fuimos reyes. Fuimos los reyes por un momento. Hicimos magia con las horas, nos bañamos en sudor y verborrea de borrachos. Vaciamos el pulmón para respirar la felicidad. Y allí puso Quique la banda sonora de mis días. No dejamos que el Poniente interrumpiese nuestro sueño. Salamos heridas, curamos con besos, cantamos de noche, dormimos de día. Quien bien me conoce, sabe que con un tinto y una guitarra en la orilla del mar se me olvida el poquito de vergüenza que tengo, cuando me arranco por mis cantaitas al atardecer. Y muchas noches y mucho vino. No había mejor manera de remontar que sus vicios.

"Y no perdimos nada porque lo sellamos todo al pie de aquella cala".


Aterrizajes forzosos, nuevos vuelos y otras calas cerraron los días. Y después de todo empecé a escribir, nos hicimos infinitas y hemos conseguido sobrevivir hasta aquí, que no es poco.
Y así la vida va marcando en la pared de su prisión lo que le importa, pintando con trocitos de todo lo vivido, con corazones, con musas y con poetas, pero sobre todo, con sonrisas.


Y todo esto son delirios de grandeza, de reyes, de exceso de tiempo en los apuntes, de falsos poetas. 


Pero no me lo tengáis en cuenta.




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