La vida implica decisiones, y éstas, consecuencias. Positivas
y negativas, como hasta el más inocente “piedra, papel o tijera” de una noche
de jueves.
‘La vida da las vueltas que tú le quieras dar’- le explicaba a un amigo
hace días mientras removía el café. La vida te lleva por un enrevesado camino, aunque
eso sí, cada uno lo decora a su manera. Te puedes poner como quieras, que ella
va a hacer lo que le plazca contigo. De ti depende ver el vaso de una manera u
otra, aunque sabes que después de brindar, hay que beberlo de un trago. Y
luego, la siguiente ronda y dejamos de verlo.
No pondré ni nombres, ni fechas. Cualquier parecido con
vuestra sonrisa es mérito única y exclusivamente vuestro. Cojan asiento que
empieza el vuelo.
El despegue me llevó a reconstruirme, porque desde abajo
duele menos la caía, y para ello conté con un corazón que invitaba a quedarse a
dormir, era cómodo y sincero, sin grandes lujos y a varios kilómetros, con grandes
vicios y que quise en todo momento lo mejor que pude, a medio pulmón. Él sabe
que le estoy recompensando con creces a día de hoy, porque lo de casarnos en el
bar de la esquinita es algo que solo se hace una vez en la vida, elijas la
versión que elijas.
La playa emitía mensajes subliminales, y casi con los
apuntes incendiados, partí a mojarme. Lo recuerdo como si fuese ayer, aunque no
sepáis cuando fue porque la omisión de fechas está permitida en lo que uno
quiera, menos el día de inicio del primer amor (que se olvida si se quiere).
El Mediterráneo incitaba con guiños desde primera hora de la
mañana, que aunque solían pegarse las sábanas, me levantaba cantando y me
sobraban sonrisas que regalar mientras desayunábamos. Poner banda sonora a un
corazón en reconstrucción no era fácil, pero ellas lo consiguieron invitándome
a bailar. El gin-tonic me terminaría echando de menos, tantas noches no caben
en un cuento.
El siguiente vuelo fue en un abrir y cerrar de ojos. El sur
me daba miedo, juro que fue una decisión de última hora, cogí la maleta y nos
plantamos en su costa. Era un reto. Otro más que superar. Una misión que traía
el acento de una tierra a la que había amado. Pero no me pude resistir a esas
ganas de vivir que me llamaban cada noche entre risas para contarme lo que era
aquello. Que me esperaban. Y con lo puesto, me fui.
Y fuimos reyes. Fuimos los reyes por un momento. Hicimos
magia con las horas, nos bañamos en sudor y verborrea de borrachos. Vaciamos el
pulmón para respirar la felicidad. Y allí puso Quique la banda sonora de mis
días. No dejamos que el Poniente interrumpiese nuestro sueño. Salamos heridas,
curamos con besos, cantamos de noche, dormimos de día. Quien bien me conoce,
sabe que con un tinto y una guitarra en la orilla del mar se me olvida el
poquito de vergüenza que tengo, cuando me arranco por mis cantaitas al
atardecer. Y muchas noches y mucho vino. No había mejor manera de remontar que
sus vicios.
"Y no perdimos nada
porque lo sellamos todo al pie de aquella cala".
Aterrizajes forzosos, nuevos vuelos y otras calas cerraron
los días. Y después de todo empecé a escribir, nos hicimos infinitas y hemos conseguido
sobrevivir hasta aquí, que no es poco.
Y así la vida va marcando en la pared de su prisión lo que
le importa, pintando con trocitos de todo lo vivido, con corazones, con musas y
con poetas, pero sobre todo, con sonrisas.
Y todo esto son delirios de grandeza, de reyes, de exceso de tiempo en los apuntes, de falsos
poetas.
Pero no me lo tengáis en cuenta.
No hay comentarios:
Publicar un comentario