Calella, Agosto 2013.
Los trenes siempre sacan un rato para leerme las intenciones, por corto que sea el trayecto de mi casa al olvido. Y yo, fiel al montón de papeles y a esa gruesa portada azul que se mantienen sobre mis piernas, levanto la cabeza en muy contadas ocasiones; el paisaje no esconde nada que no guarden tus lunares. Y así, como involuntario, alzo la vista cuando una sombra te dibuja en otras piernas, otros brazos; un ser que contonea al mundo de un modo parecido al que sostenías mi vida cuando siempre regresabas para dejarme ganar, para enseñarme a perder. Y así atraviesas el pasillo, echándome a un lado, invitándome a un duelo entre tu espalda y el chirriar de mi mirada.
Y luego te das la vuelta, hombre de las mil caras, y me descubro pensándote en mitad de esta lectura en la que te ahogo por querer reencontrarte, por nunca ser tú el que recorre mis venas para llevarme a olvidar toda esta historia de trenes, de tiempo, de cuentos de miedo que me abrazan en tu sofá cuando es el corazón el que te toma el relevo.
Y me llegas por la espalda, otra vez, pinceles por puñaladas y el placer de recaer.
Cercanías, 6 de septiembre.
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