lunes, 30 de septiembre de 2013

Ausencias.



Se quitó el disfraz como quien se quita la pena un viernes, como el placer que produce jugarse a cara o cruz si rojo o negro, si par o impar, si vas o bastos. Salió del taxi, cruzó las puertas y pasó los controles rutinarios que le alejaban de esta polvorienta ciudad. Estaba mareando sus pensamientos frente a un café en uno de esos ‘bares de paso’ del aeropuerto, esperando quién sabe qué; quizás una mirada que fuese capaz de devolverle su metro ochenta de risa y sueños, ahora rotos y esparcidos por aquel piso de Tirso de Molina, donde ya nunca volvería a echarse a suertes quién se levanta a apagar la luz. A sus pies, una mochila de mano con ropa interior limpia, tres camisas, un par de pantalones y un jersey a rayas. Sobre la mesa, un billete a Buenos Aires, o a Vancouver, o quizás a Auckland; ese papel impreso con un destino que no diré porque ya se ha ido, porque esa noche de gritos, juraría que me tocaba a mí levantarme a apagar la luz en el que era nuestro piso de Tirso de Molina.


30 de Septiembre.

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