domingo, 8 de diciembre de 2013

Cómo, sin conocernos.



Porquerolles, Francia.



No eres ni el único ni el último.
Ni siquiera llevas a cuestas la carga de ser mi primer amor y sus ambiguas consecuencias.
No te vi por primera vez tras una puesta de sol en París, o de espaldas en la barra de algún bar que hiciese esquina con la soledad.
No sonaba de fondo mi disco favorito, ni el viento jugó lo suficiente con tu pelo por la cara el segundo antes de mirarnos, ni mucho menos, aquella vez supe tan a ciencia cierta como lo sé hoy, que serías tú frente al resto, porque aún, ni siquiera recuerdo cómo nos conocimos. 
Sé que no fuiste el morbo al pasar la página de un trayecto de autobús, ni el polvo en un lavabo de aeropuerto o el brillo en la mirada que pone la zancadilla justo antes de verme caer y se aleja riendo.
Te vi subir dos pisos de escaleras, boquiabierta, como cuando las cosas que no te esperas al llegar a la cima se te echan encima justo en el momento en que inhalas fuerte y entiendes que la primavera no necesita a las flores teniendo el olor de ese cuello. 

Aquella tarde, sin conocernos, me abracé a tu demencial cordura.


No hay comentarios:

Publicar un comentario