Esperanza lleva recogida la belleza en una trenza que le
abraza la espalda y a un gato dormido en el esófago, que solo se despierta cuando
el viejo acordeón le llama. Muda de dudas fuma a escasos metros del tren a
casa, donde una pareja de ancianos esperan la muerte, abrazados al recuerdo de
unos años que huelen a milicia y balas. Un tiro en la sien no sabría a poco si con eso viese pasar fugazmente, antes del final del túnel, los brazos de un
desconocido, si tuviese en la boca los besos del que nadie llamaría
‘hogar’, si le ofreciese fuego un poeta
vagabundo al que el corazón le huele a pan caliente, a café en grano, a Madrid ardiendo por buscar
un poco de calor entre cartones.
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