domingo, 15 de diciembre de 2013

Lo que dice cuando calla.


La poesía nunca muere, Sara.



Dice que soy tan otoño
que me aprovecho del resto de los mortales
para dejarme caer desapercibida
vistiéndome con mi enorme jersey marrón,
mientras repite que en mis ojos
muele café algún hombre con las manos,
bailan pegados una pareja de ancianos
y maúlla la gata que hay dentro de mí,
y eso, no deja indiferente a cualquiera.

Dice que soy todo lo que un hombre busca en una mujer de espaldas,
pero también soy eso mismo por lo que un hombre huiría
cuando le miro de frente y no callo lo que siento.
Dice que tengo las palabras acertadas para dejar de piedra a la prosa
y desajusto la métrica a la poesía,
sólo por hacerla un poco más mía.

Dice que digo que el amor es para otros
y me limito a llenar el suelo de hojas secas
para amortiguar un invierno,
que como cada dolor bisiesto,
termina llegando.
Y es que, cuando aprieta el frío,
me desnudo y bailo a merced de las persianas que manejan los vecinos,
mientras ella corre las cortinas, el telón, mis pesadillas.

Dice que voy en dirección contraria al resto,
sólo para llegar antes a mi propia meta,
que no es más que estar al otro lado del espejo,
despeinada y con ojeras de soñar con lo prohibido,
calentarme con la soledad de un domingo 
y hacer cantar cada noche a Joaquín
para olvidar el olvido.

Dice que bebo como ella nunca lo hizo 
y no me culpa;
que la vida me atraganta y se hace un nudo
a la altura de mi esófago de marinero en tierra
cuando grito de rabia al que ahoga sus penas en mi mar.
Y me enamoro de tanta tristeza.

Dice que se queda el dolor que me haga falta,
que hay comida en la nevera, algo de tiempo
y una nota, con su amor, en la encimera.





A mi madre, 
por todo lo que no me atrevo a decirle cuando calla.


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