Tú vacilabas paseando esa especie de caparazón que te cubría
de mis elogios, andando de puntillas por mi vida y creyéndote aún más fuerte
que los pasos que dabas. Yo titubeaba ante preguntas trascendentales y me
oponía a buscar nombre para explicar aquella sensación que rozaba lo
antinatural, conociéndome. Tú jugabas con ventaja, y yo disfrutaba dándotela.
Tú de chico malo y yo dándote por sabido. Tú besabas cicatrices, y yo sin saber
qué pisaba. Tú descalzo. Yo desnuda. Tú
sin prisa. Yo ardiendo. Las horas galopaban en tus películas de acción y los
ratos de tenernos. El resto, el resto era lo de menos. Lo que quedaba al dividirnos y no era el cociente de besos en tu cuerpo. Tus pupilas dilatadas
en la oscuridad, tus ojos entornados, tus manos recorriendo el perímetro de mi
cuerpo. Tus besos. Ganas sin fecha. Sueños en verso.
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