sábado, 2 de febrero de 2013

Incluso en estos tiempos.


Me dieron a elegir entre cara o cruz, y yo te elegí a ti. No tenía nada que perder, me quedaba esa moneda y las ganas justas de mirar hacia delante. Pero te elegí a ti, o tú me elegiste a mí. Eso pensé cuando por primera vez te vi en ese vagón de metro, no recuerdo la estación, pero sí tus ojos, que en ese momento habían parado el mundo, aquel aparato que surcaba todo Madrid bajo el suelo y a mí, dejándome inmóvil y obviando la pregunta que decidía mi futuro inmediato. Tus ojos atigrados me miraron con una mezcla de lástima y cariño hacia lo desconocido. En ese momento debía de llevar un cartel de precaución en la frente –Cuidado, corto- porque era así, estaba roto, mi vida estaba hecha añicos y más después de la noticia que mi estúpido jefe me había brindado con la mejor de sus sonrisas, que escondían la maldad de todos los políticos juntos, en aquella sucia mañana. Apenas hacía un par de meses, ella había hecho la maleta dejando instalado el frío en la ciudad, y yo aún guardaba su mísera nota de despedida, que era lo único que me esperaría al llegar a casa, sujeta por un imán al frigorífico de nuestro viaje a Paris. Ella no estaba, deambulaba siendo aquella mañana un parado más, y había decidido buscar algún tipo de entretenimiento en el metro, cabizbajo y sin ganas de llegar a aquel piso que sólo me traía recuerdos que no volverían. Pero así fue, apareciste tú y rompiste mi hielo de una sola tacada, derribaste barreras y me invitaste al café más negro que he probado en mi vida, como tus ojos.

Y aquí estamos, otra vez, en la misma cafetería, un año después sujetando la taza de café que aún conserva la ilusión, esa taza que ofrece oportunidades a los que saben esperar, y que alberga todas las casualidades que se dan para que un loco soñador y una escritora de espaldas, sin prisa, se encuentren y recuperen las ganas de enamorarse en los tiempos que corren.


Historias de metro.



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