Esos martes cualquiera, que pasarían desapercibidos si no fuese por la cantidad de horas que tiene la mañana, esos, son los que me dan la vuelta y hacen que eche de menos las resacas de pasarme de ti. Tú contando los lunares con besos. Yo dando rienda suelta a mis demonios. Tú descalzo por mi vida, sin hacer ruido, pisando las baldosas amarillas que bordean el corazón, sin llegar a rozarlo. Tú uno más. Yo dos menos. Nada de buscar palabras a sentimientos. Tú pasando desapercibido, sorteando a los malditos soldados que protegen mi muralla, esa que esconde un saco con sentimientos, tan lejos como sea posible de ser vistos por ti o por cualquiera. Yo escribiéndote poemas que te leo mientras duermes. De espaldas, cerrando fuertemente los ojos, intentando desenvolverme. Tú creando la lluvia. Yo desvistiéndome despacio, y tú vestido de risa. Tú de espina y yo de rosa, trepando por la enredadera de sudores en la que se convierte la cama, llena de tormentas. Tú sin cara concreta, pero sí de besos seguros, de esos que desvisten febrero y repartes de la manera más justa y equitativa en cada uno de los poros de mi piel. Tú de soldado raso. Tú sin nombre, ni edad, ni números. Sin fechas, ni límites. Sólo una hora, la de volver a dejarnos querer sin quererlo. Sin saber nada de nosotros, pero la almohada cacheándonos sin prisa.
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