A mí no me amenaces con eso de pintar un corazón de tiza en
la pared, que sabes que me derrito. Pero eso sí, deja al árbol, y nada de
tallar en él lo que la naturaleza no quiera. Bésame y haz que florezca la
primavera en el Febrero de tus brazos. Eso sí que es sellar pactos a medias. No
me hables de candados en los puentes con mejores vistas de la ciudad y déjame
mirar apoyada en tu hombro el paisaje al atardecer, contemplando juntos cómo se
acuesta el día sin ataduras pesadas, ni tirando llaves tan lejos como luego lo
hacen con sus promesas. No me regales la luna y las estrellas, y enséñame de
ellas a brillar por encima del resto de ojos que barren con tristeza el suelo.
Invítame cada día a un café con dos de ilusión al despertarme y endúlzame la
vida con las sonrisas que te provoque el verme amanecer enredada en tus
sábanas otra mañana más. Asegúrame que no somos ninguna palabra que pueda
llegar a temer y vacíame de miedos para congelarlos y beberlos cada noche junto
al ron que destilamos al fundirnos en un solo cuerpo.
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