Eran más de
las cuatro y seguíamos bañados en sudor compartido, regado con el ron más malo
de todo el mercado, pero que a tu lado tenía ese aroma dulzón que despertaba
las ganas de más. Te habías instalado esa noche en el cinturón de altas
presiones tropicales, próximo a mi ombligo, y allí habías esperado a que pasase
el anticiclón de mis Azores, para saludar al invierno desde latitudes más
bajas. El hombre del tiempo atisbaba gran actividad del frente polar, que subía
por mis pies y no dejábamos si quiera que pasase de la zona prohibida de mis
tobillos, por los que bajaba el aire tropical de tus encantos. En la Península de mis caderas, el aire continental
frío, seco y estable propio de los anticiclones invernales, domina en estos
meses de puro verano en esa cama. Ocasionalmente,
entraban tus frentes desde el océano Atlántico, que siguiendo la circulación de los vientos del oeste,
hacían penetrar al aire húmedo y a tus borrascas desde el norte y noroeste. En
ese momento, se hacían protagonistas las bajas presiones, que provocan los
momentos de mayor inestabilidad y pluviometría de mi península y tu isla, ocasionando
las nevadas de gemidos y placeres que decoran durante todo nuestro invierno las
paredes de esa habitación prestada.
Y así eran los inviernos.
Eran más de las cuatro, en el mapa de esa cama compartida, un frente
frío asociado a una baja presión atlántica se aproxima a la Península, en la
que domina el anticiclón, otra vez.
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