martes, 22 de enero de 2013

Los inviernos en camas prestadas.



Eran más de las cuatro y seguíamos bañados en sudor compartido, regado con el ron más malo de todo el mercado, pero que a tu lado tenía ese aroma dulzón que despertaba las ganas de más. Te habías instalado esa noche en el cinturón de altas presiones tropicales, próximo a mi ombligo, y allí habías esperado a que pasase el anticiclón de mis Azores, para saludar al invierno desde latitudes más bajas. El hombre del tiempo atisbaba gran actividad del frente polar, que subía por mis pies y no dejábamos si quiera que pasase de la zona prohibida de mis tobillos, por los que bajaba el aire tropical de tus encantos. En la Península de mis caderas, el aire continental frío, seco y estable propio de los anticiclones invernales, domina en estos meses de puro verano en esa cama.  Ocasionalmente, entraban tus frentes desde el océano Atlántico, que siguiendo  la circulación de los vientos del oeste, hacían penetrar al aire húmedo y a tus borrascas desde el norte y noroeste. En ese momento, se hacían protagonistas las bajas presiones, que provocan los momentos de mayor inestabilidad y pluviometría de mi península y tu isla, ocasionando las nevadas de gemidos y placeres que decoran durante todo nuestro invierno las paredes de esa habitación prestada.
Y así eran los inviernos.

Eran más de las cuatro, en el mapa de esa cama compartida, un frente frío asociado a una baja presión atlántica se aproxima a la Península, en la que domina el anticiclón, otra vez.

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