domingo, 20 de enero de 2013

Noches en familia.

Madrid, anoche estabas tan fría que daban ganas de arroparte, y eso hicimos. Acogiste a una panda de conductores suicidas, caballeros, princesas y rubias platino, que durante  tres horas hicimos tanto el amor que logramos el verano en la calle Galileo.


Allí estábamos, el número exacto, incalculable, ni muchos ni pocos, pero todos familia, con un objetivo común, rendir homenaje al Maestro, a la voz de lija aterciopelada, y para ello contábamos con su banda, cervezas a raudales y el calor, rebeldía y fuerza de sus canciones.



Varias horas después, aún no tengo palabras para explicar lo que llegué a sentir en pleno enero, pero me recordaba a algo que hacía tanto tiempo que no sentía, un jodida sensación de felicidad sin límites, alimentada por las palmas de alegría que surgían de cada uno de los allí presentes.

Cada canción me transportó a un lugar, pero esta vez no iba sola, esta vez iba con mi compañero de mesa, que se merece el cielo por saber cumplir mis sueños sin más intención que verme irradiar felicidad. Pero eso no era todo, contábamos con un sinfín de sonrisas, unas entrecomilladas con arrugas y otras que inspiraban rebeldía y juventud, pero ahí daba igual, no importaba tu edad si sentías con fuerza cada letra, te emocionabas con cada acorde de la guitarra de Pancho y te veías reflejado en la sonrisa del gran Antonio.


Tres horas de paseo por sus letras, por sus pegadizos estribillos y por sus canallas subidas y bajadas al cielo. Supongo que habrá quien no entienda esa sensación, pero da igual, somos muchos los que la compartimos y los que sabemos que “la muerte es sólo la suerte con una letra cambiada” y nos limitamos a vivir el día a día llevando por bandera la ilusión, la rebeldía y las ganas de creer en algo mejor, en la poesía y en la buena música como banda sonora de nuestra vida.



Gracias.

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