jueves, 17 de enero de 2013

Des-encuentros.


Ansiaba la libertad, salió decidida, se soltó el pelo. Mirando atrás, guiñó un ojo al pasado, al destino, al final de la calle. Él, perdido, caminando sin sentido, ordenando las piezas del puzle de su vida, levantó la mirada, miró al futuro y vio su culo, esa manera de caminar le recordó a un gato, pasos traviesos y casi de puntillas, sutiles movimientos que le despertaron una sonrisa picaresca. Ella contoneándose burlona, él buscando una excusa para conocerla. Sus pasos se aceleraron, al igual que el corazón y las ganas de descubrir quién se escondía tras esa figura. La mente de él ya imaginaba, mejor dicho, idealizaba a aquella mujer, unos rasgos predefinidos, ese pelo de color indescriptible, a ratos rubio, a ratos color del fuego, a ratos casi de pantera; el pelo volaba al ritmo del paso que ella marcaba, intuía libertad, sabía a brisa de mar en las noches de verano. La distancia entre ambos fue haciéndose más corta, él pudo olerla y ella notaba una fuerte presencia a escasos metros. El momento que sus ojos se cruzaron y se mantuvieron echándose un pulso duró tres segundos, jamás ese intervalo de tiempo había pasado tan lento o tan rápido para ellos, pero fueron exactamente eso, tres míseros segundos, los mismos que bastan para saber cuando alguien va a ser más que un simple extraño paseando por Libreros. Y así fue el comienzo entre “nunca” y “quién sabe”, donde se cruzaron dos caminos.

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